Por Oswaldo Terreros
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Hago publicidad, hago diseño… Y bueno, también hago arte. Me gustaría decir esto último en primer lugar, casi como prioridad de vida, pero el ámbito laboral en el que me desempeño, la publicidad y el diseño, han sido pilares fundamentales en mi producción artística.
Hay una pregunta de cajón, de carácter reduccionista, cuando gente de algunos medios de comunicación (diario El Telégrafo es una gran excepción) habla con un artista: «¿Y qué tipo de pintura haces?». Estas entrevistas, en las que el desconocimiento es evidente, ocurren casi exclusivamente cuando uno gana algún premio… Eso quiere decir que los medios no tienen agenda propia en temas culturales, no es para ellos una prioridad. Y es lamentable tener que desenvolverse en una escena así de precaria.
Este es un termómetro de la poca coherencia que tienen las instituciones culturales con los artistas, los espectadores o la comunidad a quienes están dirigidas. Los contenidos de los museos están en sintonía con lo que aparece en la prensa. Las instituciones culturales son herméticas, con nula propuesta de contenidos, salvo pocas excepciones, producto de esfuerzos individuales. Si hiciéramos un paneo por cada una de las instituciones culturales del país para identificar un perfil o una cualidad, probablemente nos quedaríamos en blanco. Lo penoso es ver cómo diferentes actores culturales circulan por estos espacios, dando con su nombre aval a instituciones que no tienen la menor intención de cambiar. Si bien el arte es un síntoma del tiempo; la prensa cultural, como las instituciones culturales, no son reflejo de la actividad sociocultural/artística.
«¿De qué vive el artista?», preguntaba el colombiano Lucas Ospina en un hermoso texto en el que desglosa posibles modalidades de ingresos económicos que no están relacionados con la práctica artística para mantenerse y pagar por la producción de su obra. Esto, sumado a la oferta cultural las instituciones anteriormente mencionadas, precariza la creación: el artista se ve obligado a adaptarse, lo que en muchos casos, lo lleva a apartarse de su línea de trabajo.
El artista debe, al parecer, autogestionarse, trabajar de algo que le permita de alguna manera subsidiarse a sí mismo. Su actividad artística se convierte en un parásito de su actividad económica. Ser rentable en un ámbito para financiar el que no es rentable. Los accesos a recursos públicos para producir obra son muy pocos, y los criterios con los que son asignados es un problema gigante. No es posible que las instituciones culturales estén divorciadas de la comunidad artística, que no sean conscientes de nuestras necesidades.
Ante ello, la noción de comunidad artística es importante. Hay que encontrar un lugar de diálogo que permita mutar, interpelar, actualizar contenidos y reformular otros. Fortalecer estos microespacios de intercambio y de colaboración permitirá poco a poco que las diferentes producciones tengan una mayor incidencia en la esfera pública, que se logre otra noción de escenario artístico y que la noción de rating que impera en la administración de las instituciones culturales sea vencida.
Excelente artículo.
Excelente reflexión que seguro permitirá dar valor a la vida del artista como prioridad de vida