Por Mario Maquilón
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“Cuando la mente explora el símbolo, se ve llevada a ideas
que yacen más allá del alcance de la razón”.
Carl Jung
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Al despertar de un sueño enigmático nos enfrentamos a la necesidad imperiosa de sentido. Recurrimos a las palabras para tratar de explicarlo, para contárselo a otros y a nosotros mismos. Sin embargo, lo que nuestra mente proyecta una y otra vez no son palabras, sino imágenes, recuerdos de esos paisajes oníricos que terminan por desdibujarse y difuminarse con el uso de la letra. Este proceso de traducción (de la imagen a la palabra) mutila en ciertos casos, las posibilidades expresivas y significativas del sueño. Es más, la carga semántica de cada vocablo altera retrospectivamente la percepción y significado de lo soñado, al punto de convertirlo en una descripción imprecisa.
En torno a la dicotomía de sueño e imagen se articularon 4 artistas para preguntarse ¿Qué dibujas? ¿Sueñas? ¿Qué sueñas? El dibujo es precisamente el elemento que se encuentra en el centro de la exposición “La hormiga bajo la almohada” de las artistas Daya Ortiz, Irina Liliana, Lisbeth Carvajal Vera y Ruth Cruz. En esta muestra (la primera que realizan de forma conjunta), las autoras reivindican el vínculo que existe entre el dibujo y las subjetividades, aquellos escenarios oníricos y emocionales que muchas veces no alcanzan a ser descritos fidedignamente por la oralidad.
La exposición, que tuvo lugar en el espacio cultural Violenta del 10 al 25 de mayo, puso de manifiesto la relación que cada una de las autoras ha tenido con el dibujo y el papel que ha ocupado en la obra individual en cada una de ellas. Tal es el caso de Daya Ortiz, para quien el dibujo inicialmente fue una herramienta para atrapar imágenes, la cual luego de entrar en contacto con el ámbito académico, se convirtió en un hábito y en un lugar de estudio de la imagen. Inicialmente, las posibilidades propias del dibujo le permitieron materializar una idea con inmediatez, aunque posteriormente direccionó la búsqueda hacia aquellas imágenes que no pudieron ser llevadas a la palabra. La obra de la artista expuesta en la galería fue plasmada con marcadores de punta fina y tinta china de color plateado y negro, sobre cartulinas de formato pequeño. En ellas toman protagonismo peces recurrentes provenientes de remotos océanos interiores, cuerpos y partes humanas de contornos inciertos y vibrantes, escenas que se constituyen más en preguntas que en afirmaciones, en las que se refuerza la atmósfera de incertidumbre que emana de las mismas. En la exposición se exhibieron tres dibujos individuales (Suspensión de globos estratosféricos y Terrario para un conejo que sueña) y cuatro series (Laberinto de aguas muertas, Visita a los peces pesadilla, Ghosts are un.tangible y Hay que cambiar el agua de la piscina).
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Daya Ortiz. Dibujos de la serie Visita a los peces de pesadilla. 2018
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Por su parte, Liliana partió desde una relación algo conflictiva con el dibujo. La negación inicial al mismo se convirtió posteriormente en un medio para delinear impresiones cosechadas en sus sueños. La serie de dibujos Huerto Obnubilar recoge, a través del uso de grafito, acuarelas, marcadores y lápices de colores sobre cartulina, paisajes oníricos cargados de elementos de la naturaleza, los cuales han llegado a formar parte tan importante de la obra de la artista, que sus sueños están construidos con ellos. En referencia al nombre de la serie, la obnubilación es el estado de una persona que ha sufrido una pérdida pasajera del entendimiento y de la capacidad de razonar o de darse cuenta de las cosas con claridad, por lo que su capacidad de vigilia se encuentra disminuida. En este sentido, la luminosidad de los colores presentes en la obra enmascara el extrañamiento propio de las ensoñaciones y los espejismos, bosques en los que no queda más opción que abandonar las certezas y perderse. Cada una de las plantas de este huerto, alimentado de sueños y memorias recurrentes, constituye el imaginario personal de la autora. Es importante resaltar en este punto que ambas artistas trabajaron con formatos pequeños, lo que invita al público a acercarse a las obras para apreciarlas con mayor claridad, y con esa proxémica, se logra una mayor inmersión en esos mundos paralelos.
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Irina Liliana. Huerto Obnubilar
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Otra de las artistas de la muestra, Lisbeth Carvajal, había empleado el dibujo principalmente como paso intermedio para otros procesos, ya sea como boceto o como añadido a la pintura. Ha sido recientemente que ha comenzado a construir un cuerpo de obra que tiene al dibujo como piedra angular. Al igual que en la obra de Liliana, Carvajal toma paisajes y elementos naturales, pero con una configuración diferente, una en la que el escenario es indescifrablemente hostil, y en la que se suscitan escenas que esconden una violencia latente. Esta tensión se ve acentuada por dos rasgos presentes en los dos dibujos que conforman la obra La laguna de las mariposas rojas: el detalle y el mediano formato (que contrasta con las demás obras de la muestra, que son pequeñas y funcionan en conjuntos de varias piezas). El primero embruja al espectador ofreciéndole una visión nítida de algo que sin embargo, no alcanza a comprender del todo. Esa imposibilidad de refugiarse en el lenguaje para explicar el mundo tiene un poder desestabilizador. El tamaño del lienzo por otro lado, le otorga una expansión inquietante al nivel de detalle que tienen las obras, alcanzado mediante el uso de grafito.
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Lisbeth Carvajal. La laguna de las mariposas rojas.
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Combi (de la serie Los Incunables) y What do you do at home? son las dos obras de Ruth Cruz que formaron parte de esta exposición. La primera construye escenas quiméricas, a través de la superposición de vidrios templados, en cada uno de los cuales se encuentran dibujadas con marcador ilustraciones recopiladas de las enciclopedias temáticas que la artista exploró con durante su niñez. La segunda obra, consiste en la proyección sobre un vidrio recubierto de vinilo de un dibujo de una niña de espaldas a la que (por un error de la imagen referencial, producido por un error del ilustrador del impresión) le falta un brazo. En la imagen original, la pequeña aparece a su familia (ella se encuentra en un extremo), todos de espaldas y tomados de las manos. Sin embargo, entre la niña y su madre existe un espacio vacío, el que debería ocupar su bracito inexistente. La proyección proviene de una pequeña maleta de madera confeccionada por la artista, que que emite desde el dispositivo sonoro de una caja musical (reprogramado por la artista) una de las melodías que la madre de Ruth le cantaba en su infancia, el fox incaico La Bocina, melodía andina asociada con un sentimiento profundo de nostalgia y tristeza. La imagen parpadeante y la melodía se conjugan para conformar una experiencia evocativa, enigmática, casi hipnotizante. Por otra parte, y en relación a su historia personal con el acto de dibujar, Ruth ha aprovechado la técnica de punta seca en el grabado, la cual le permite realizar trabajos en los que combina la iluminación y el dibujo.
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Ruth Cruz. Combi (de la serie Los Incunables)
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Ruth Cruz. What do you do at home?
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De este modo, en la exposición “La hormiga bajo la almohada” convergen cuatro maneras diferentes de echar una ojeada al foso del inconsciente: observación contemplativa, sueños recurrentes, memoria sensorial y múltiples estados de conciencia. Estas miradas se nutren de la dimensión evocativa del dibujo, de su capacidad de captar nuestras más íntimas representaciones del mundo y de nosotros mismos con una claridad que muchas veces la palabra no puede alcanzar. Hay sin embargo, en esta claridad, una encriptación paradójica. A pesar de que podamos identificar en esas representaciones unidades de sentido claras y definidas, su significación colectiva se presenta esquiva. Esta indeterminación invade al espectador, quien se encuentra envuelto en sus propios códigos descifradores, y ante la ausencia de directrices lingüísticas claras, se enfrenta a la excitación de lo incierto. Una ballena que nada junto a una mujer en medio de una plaza en París, un híbrido entre silla y escalera que llega hasta las nubes, un árbol que asienta sus raíces sobre la copa de otro, (dibujos que forman parte de la serie Huerto Obnubilar de Irina Liliana) se nos muestran como escenas que despiertan en cada uno de los integrantes de su público, intrigas particulares.
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Irina Liliana. Dibujos de la serie Huerto Obnubilar
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Durante la primera infancia, nuestra forma de relacionarnos con el mundo tiene su fundamento en la información sensorial que recibimos de nuestros oídos, tacto, vista, etc. La adquisición de una estructura lingüística plenamente funcional no tiene lugar hasta varios años después, y requiere de un uso más consciente e intencional de este recurso. Un desarrollo análogo puede encontrarse en la misma historia de la humanidad. En nuestros albores como especie las representaciones del mundo venían dadas por codificaciones gráficas, como las pinturas rupestres. No fue hasta miles de años después que la escritura entró en juego, añadiendo capas extras de significado. En este sentido, el enunciamiento a través de imágenes tiene raíces profundas dentro de nuestra psiquis, de modo que la naturaleza y sentido de esas enunciaciones escapa en muchas ocasiones a nuestro control y entendimiento. Precisamente en ello se encuentra la riqueza y significatividad de las mismas. En este contexto, el dibujo se presenta como una puerta a la dimensión simbólica de nuestra expresividad, cuya estructura se forja fuera del alcance de nuestra comprensión, al menos en una primera instancia.
Esta relación natural que tenemos con el símbolo sirve de puente para que cada uno de los dibujos de las artistas se convierta en un punto de encuentro entre sus realidades y las realidades de sus espectadores. La exploración onírica que combina elementos de vigilia y de sueño realizada por Daya Ortiz, o la hostilidad inexplicable de los dibujos de Lisbeth Carvajal, se convierten en piedras que inevitablemente agitan las aguas emocionales de sus visitantes, mucho más allá de la mera búsqueda de sentido. Emergen entonces del mismo cuerpo, memorias y sensaciones atrapadas en los resquicios de la carne, movimientos corporales en respuesta a recuerdos y asociaciones involuntarias, que del mismo modo que las obras de estas autoras, permiten a lo no expresado hacerse palpable.
De forma particularmente irónica, la obra Combi de Ruth Cruz acentúa la distancia respecto de las certezas y las palabras que marca esta exposición. La superposición de imágenes de ilustración enciclopédica, de naturaleza originalmente académica, da lugar a escenarios en los que estructuras arquitectónicas similares a las de la Ciudad Prohibida en China, son sitiadas por elefantes con arqueros, guerreros árabes y la cabina de un avión son sus dos pilotos. Esta multiplicidad de escenografías, asociadas por la misma academia a referentes concretos y específicos, se desprende del texto al que servía como complemento para independizarse y construir su propia realidad.
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Ruth Cruz. Combi (de la serie Los Incunables)
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El dibujo tiene una capacidad enternecedora para remitirnos a nuestros primeros años, período que guarda, incluso de nosotros mismos, algunos de los más grandes secretos y claves de lo que constituye ahora nuestro ser. Independientemente del contenido o la naturaleza del dibujo, en él revivimos uno de nuestros primeros métodos de expresión, uno que venía cargado de espontaneidad y sinceridad, incluso de tintes lúdicos. La simplicidad de su ejecución (no bastaba más que un lápiz y una hoja de papel), lo convertía en el método ideal para conjurar el mundo de nuestras fantasías y terrores infantiles, y lo sigue siendo ya en plena madurez con nuestras mucho más terribles ilusiones y horrores de la adultez. El dibujo es una de esas puertas que catalizan el mundo onírico en el mundo de lo tangible y lo sensible. Un territorio incierto, que pesar de su visibilidad y presencia, oculta innumerables acertijos. Así, la exposición “La hormiga bajo la almohada”, nos invitó tácitamente a tomar una hoja en blanco y plasmar en ella la transparencia indefinida de la intuición.
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Daya Ortiz. Ghosts are un.tangible. 2018
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Daya Ortiz. Hay que cambiar el agua de la piscina. 2017-2018
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Daya Ortiz. Ghosts are un.tangible (izquierda), 2018. Hay que cambiar el agua de la piscina (derecha), 2017-2018.
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Daya Ortiz. Dibujos y montaje de la serie Visita a los peces de pesadilla. 2018
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Daya Ortiz. Terrario para un conejo que sueña. 2018
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Daya Ortiz. Suspensión de globos estratosféricos. 2018
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FOTOGRAFÍAS DE LA INAUGURACIÓN
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Fotografías de Daya Ortiz, Lisbeth Carvajal, Irina Liliana y David Orbea.