POR ANA ROSA VALDEZ
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En el Ecuador son escasas las ocasiones en que podemos asistir a debates rigurosos y profundos sobre arte contemporáneo regional. Es por esto que una iniciativa como “Jaque, partida entre curadores” del Centro Cultural Metropolitano de Quito resulta tan oportuna. En su segunda edición, realizada del 11 al 13 de diciembre de 2017, los invitados fueron el curador y crítico de arte mexicano Cuauhtémoc Medina y el curador español Agustín Pérez Rubio. El diálogo entre ambos se centró en reflexiones sobre la práctica curatorial y los desafíos de la gestión institucional de la cultura. Analizaron las estrategias de negociación que deben emprenderse para mediar entre los actores sociales, culturales y políticos que disputan los sentidos y valores en el campo artístico, y la conformación de colecciones de arte contemporáneo a nivel regional.
En su visita a la capital, Medina presentó una conferencia titulada “El discreto encanto de la geografía: Latinoamérica, el Arielismo y la Miranda de Buñuel”. Y en el taller expuso su curaduría para la Bienal de Shanghai, su visión museística sobre el MUAC, en donde se desempeña como curador en jefe, y el proceso de producción de la obra “La fe mueve montañas” del artista mexicano Francys Alÿs.
En esta entrevista intento dar cuenta de algunos temas y debates suscitados en los eventos que considero son de interés para quienes trabajamos en el campo ampliado de la cultura. Medina, quien considera que la creación de una dependencia ministerial para la cultura en México, heredada del modelo francés, no fue un acierto, también mencionó que es necesario reconocer aquellas instituciones que sí funcionan, “entidades que se encargan de sí mismas, que reciben presupuesto público y no están privatizadas, entidades públicas que buscan solidificarse en el tiempo”. Así mismo, comentó que, a pesar de que vivimos una situación tragicómica en el sector cultural, “es imperdonable políticamente colaborar con las fuerzas que están tratando de destruirnos ofrendándoles nuestra apatía”.
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Ana Rosa Valdez
Directora editorial de Paralaje.xyz
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Presentación de Cuauhtémoc Medina en “Jaque, partida entre curadores” del Centro Cultural Metropolitano de Quito. Foto: Cortesía del CCM.
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Ana Rosa Valdez: En tu conferencia analizaste la construcción histórica de América Latina en el siglo XX a través de la corriente latinoamericanista del arielismo, el Calibán de Roberto Fernández Retamar y la Miranda de Luis Buñuel; y, posteriormente, cuestionaste de manera oportuna la noción de América Latina que en el arte contemporáneo de la región se asume de manera convencional. Sin embargo, América Latina también ha sido un lugar de enunciación para artistas, gestores e investigadores vinculados a procesos de resistencia cultural, luchas sociales, reivindicaciones identitarias y defensa de territorios. En este sentido, si América Latina se nos revela como una ficción histórica construida en el siglo pasado desde la voluntad integracionista de distintos proyectos político culturales, ¿desde qué otros lugares geopolíticos podemos hablar hoy quienes vivimos en los países del continente? ¿qué dimensión cobra lo local frente a los fracasos de varias iniciativas de integración regional?
Cuauhtémoc Medina: A diferencia del romance de la nación y su n(arr)ación, deberíamos estar atentos al modo en que la operatividad geopolítica moderna moviliza una promesa de relación permanente de afecto-sacrificio en las cuestiones políticas. Deberíamos advertir que el elemento de novedad que introduce la noción de partidismo y romanticismo al fin del siglo XIX, y que rápidamente importan los países de las colonias españolas, es que la nueva estructura de estado nación no solamente requiere de nuestro cuerpo sino también de nuestro cariño. Supongo que sería bueno no encariñarse con estos enclaves, probablemente como una advertencia de lo que ha pasado anteriormente, pero también para experimentar lo que podría significar una relación basada en el placer y el ocio. A pesar de que una parte de los traslados que hace la textura originaria del arte latinoamericano tiene que ver con el latinoamericanismo del proyecto revolucionario de los sesenta y los setentas, que estaba construido con una demanda vampiresca de afecto y de pasión, hay pocas cosas más demandantes de amor que los postulados latinoamericanistas posteriores al guevarismo.
Nuestra relación con América Latina como campo artístico estuvo marcada por una serie de actos de enfriamiento intelectual afectivo. Fue una relación crítico oportunista, cínico celebratoria, que permitía crear un lugar donde podían ocurrir posibilidades. El hecho de que algunos optemos por una lógica de sur, que está todavía menos imantada, que no tiene la prehistoria de los intentos redentoristas mesiánicos latinoamericanos, que viene libre de esa cuota —con excepción del momento de Joaquín Torres García—, puede ser otro refugio útil que permita transacciones más amplias. Hablo de algo que yo llamaría placer, el proyecto en el que hoy en día compartimos la potencia de construir nuestras identidades, y las desechamos tal como el travesti se cambia de sexo todas las noches. El hecho de que esas identidades disidentes se hayan vuelto un modelo tiene que ver con esta emancipación que nos promete la idea de producirnos de una forma menos permanente. Eso puede tener consecuencias complejas en relación a cómo construimos ciertas fidelidades que son necesarias para la preservación, pero también es el campo en donde el arte contemporáneo tiene sentido. El arte contemporáneo dejaría de tener sentido si fuera un lugar en donde se confirman las identidades. En ese sentido no creo que nadie debe dictar a los demás dónde se deben refugiar. Dependerá de la inclemencia dónde encuentre uno refugio. Quienes hemos tenido una experiencia particular del arte latinoamericano, un campo de juegos que nos permitió salirnos del estado nación, haríamos muy mal en estatuirlo.
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Damián Ortega. América Letrina. Exposición “El derrumbe de la estatua: hacia una crítica del arte público (1952-2014). Museo Universitario de Arte Contemporáneo, MUAC. Fuente: GAS_TV
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Ana Rosa Valdez: En el siglo XX el arte latinoamericano se fue construyendo también gracias a las ficciones integracionistas, y por varios proyectos de colaboración entre países, la conformación de circuitos de mercado y gestión. Hoy en día los artistas tienen más posibilidades de movilidad y agencia por la facilidades de acceso y comunicación. En este nuevo panorama, que incrementa los diálogos a nivel regional, ¿qué hacemos con el arte contemporáneo, perdón, latinoamericano en el siglo XXI?
Cuauhtémoc Medina: Tiendo a ser renuente a responder qué hacer. Hagamos algo y derivemos consecuencias. El arte, a diferencia de las doctrinas, es una apuesta de lo particular. Tu acto fallido fue muy interesante: ¿qué hacemos con el arte latinoamericano? ¿qué hacemos con el arte contemporáneo? Para empezar, asumir que son dos categorías que tienen una ligazón muy interesante, que ocurren simultáneamente. Si se puede lograr que espacios —para efectos de algo sustancial: una obra, un argumento, una coalición o una institución— puedan derivarse de aprovechar ese circuito, hagámoslo. Estoy tratando de plantearte algo que voy a llamar amoralismo. Toma el dinero y corre. Lo digo muy sinceramente. Hay un nivel en donde no puedo identificar estética con moralismo. La estética consiste en detectar cómo funciona la estructura, el moralismo consiste en pretender definir cuál es el buen camino antes de que uno lo camine.
Una falsa tradición nos hace pensar que la crítica consiste en tender ejemplos morales y tener autoridad moral. Yo me alimento de una tradición menor. Como tenía escrito una novelista inglesa excéntrica en su casa en Venecia, en un letrero a la entrada: “Deje sus morales y su sombrilla aquí, por favor, antes de pasar”. Trato de ser muy serio, en el sentido de que a nuestra producción le sirve reflexionar sobre sus límites en la medida en que está ocurriendo, no como una serie de valores.
El arte latinoamericano no es un ideal, es un campo que se ha convertido en una serie de instituciones, un campo de juegos de poder, un campo de intercambios y de un capital cultural en el circuito neoliberal. A menos de que una obra tenga motivos intrínsecos para no operar en ese territorio, no veo motivos que no sean moralistas para no operar ahí. Finalmente, la cultura y el arte que hacemos, lo hacemos en esta sociedad de la que esas cosas y nosotros somos residentes. Eso no es evitar su sentido crítico, es injertarlo. Y, sin embargo, eso no elimina la posibilidad de que hacer otros desplazamientos y otras conexiones pueda significar oportunidades para ampliar la potencia y las posibilidades del deseo y el camino de la historia cultural en campos que no imaginábamos.
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Museo Universitario de Arte Contemporáneo MUAC, UNAM, México. Foto: Carlos Alcocer by-nc-nd. Fuente: http://www.arquitour.com
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Ana Rosa Valdez: En tu presentación sobre la gestión del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) comentaste que lo concibes como un espacio de confluencias entre la academia, el espacio público, las culturas contemporáneas y el arte refinado. Mencionaste, además, cómo se generan matices alrededor de estas intersecciones, y cómo el museo se erige en medio de éstas. ¿Como puede la curaduría dar sentido a los conflictos que se producen en torno al museo público de arte contemporáneo, entendiendo los conflictos como luchas por el sentido entre las élites y corporaciones neoliberales, la comunidad académica, los artistas “refinados” y sus derivas personales y subjetivas, los colectivos sociales, los jóvenes, los públicos no especializados, los coleccionistas, entre otros?
Cuauhtémoc Medina: El espacio público, en la medida en que no es el espacio de Gobierno ni de Estado, es el lugar en donde todo ese caos está ocupando una posición. Es importante que, aparte de las ventajas de autonomía de gestión —que representa replantearnos qué significa institución pública para dejar de confundirla con el modelo francés colonial importado de departamento ministerial derivado del poder vigente—, recuperemos la noción de que estamos en esa intemperie. No hemos definido cómo es la sociedad, estamos en relación con ella. Nosotros no estamos escogiendo nuestros públicos, debemos tener relación con aquellos que en un espacio común observan, se observan y compiten por el campo de palabra y de imagen.
En el momento presente la plutocracia tiene un rol en los poderes sociales que antes no tenía. Y esa plutocracia pone en riesgo, con mucha frecuencia, al igual que los estados en su lógica totalitaria moderna, el espacio público. Pero la solución no es expulsar a la plutocracia del espacio público. Yo tiendo a pensar que eso es imposible. Imposibilitaría que ocurra lo que tiene que ocurrir en el espacio público que es la transmisión, la comunicación, el encuentro, el choque y la diferenciación, y, a veces, la asociación entre clases, géneros, etnias, proveniencias, taras culturales, modos de ver.
Describí en mi charla sobre el MUAC algo que es extremadamente importante en mi visión del universo museístico, lo que yo veo como —la palabra utopía es horrible— el lugar de deseo que representaba el salón francés al forzar a los clochards y a las princesas a olerse mientras veían cuadros. Me costaría muchísimo trabajo y decepción, y me movería a mi cubículo de investigación, el día en que el espacio artístico no fuera ese espacio de contradicciones. Al contrario, me parece que una de las lógicas necesarias de la curaduría, en su historia de ser un campo de negociaciones, es operar en esos términos. Podría demostrar empíricamente —es una palabra a la que yo le tengo respeto— que gran cantidad de mis trabajos han tenido que ver con esas interacciones, práctica y simbólicamente.
Es difícil en un campo de opresión no querer transformar los espacios caóticos de multiplicidad en espacios de monopolio político, social y de clase. La tentación de exclusión de la ciudad amurallada y de la dictadura proletaria son figuras políticas muy entendibles, al igual que la supremacía blanca. Pero, ciertamente, nosotros operamos en un campo en donde se trata de no permitir esa identidad. Un lugar de la curaduría es mantener ese espacio de interacciones. Por supuesto, eso no significa que esas interacciones son necesariamente felices. Es un espacio de contradicciones. Trabajamos con obras que representan intereses y valores políticos y sociales totalmente diferenciados. Yo he convencido a la institución, y por lo pronto estamos trabajando en la idea de que representamos esos choques. No es un intento de purificación que trate de demostrar, en nombre de una supuesta profundidad, un arte libre del campo de deseos mercantiles dependientes ni un campo libre de ruido politizado. Las dos tentaciones están presentes, y hay que argumentar en contra de ellas. Esto no lo hago porque sea un pluralista sino porque el resultado de esa confrontación es lo único que puedo caracterizar hoy en día como digno de ocupar el lugar de la palabra “hermoso”.
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“A los artistas del mundo… Museo de la Solidaridad Salvador Allende (México-Chile 1971-1977)”, exposición en el MUAC.
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“Juan Acha. Despertar revolucionario”, exposición en el MUAC.
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“Reverberaciones. Arte y sonido en las colecciones del MUAC”
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“Mácula”, exposición individual de Oscar Santillán en el MUAC.
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“Aglomeraciones”, exposición de María José Argenzio en el MUAC.
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“Arqueología. Biología”, exposición de Anish Kapoor en el MUAC.
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“Si tiene dudas… pregunte”, exposición retrocolectiva de la artista feminista Mónica Mayer en el MUAC.–
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Ana Rosa Valdez: La reflexión sobre lo público usualmente deriva hacia el campo de las políticas públicas, y se confunde con ellas. ¿Cómo entiendes el sentido de lo público?
Cuauhtémoc Medina: Hay un problema de nominación y esencialismo. Lo público en Roma está en la oposición con el oikos, son dos jurisdicciones. En la Edad Media —lo escribe George Duby con mucha claridad— hay una serie de círculos concéntricos de privacía y no existe lo público. Hay espacios que pueden abarcar diversas privacías y desalojar otras. Privacía quiere decir que hay un grupo que se arroga el no permitir que pase otro. Nuestra configuración moderna, la esfera pública post-Frankfurt, es una visión reduccionista europea burguesa del espacio de confrontación social que las sociedades islámicas, China o América Latina no comparten en idéntica medida. Ha habido avances en la politología contemporánea al tratar de plantearnos cuáles son las distintas politicidades y las distintas construcciones de lo público.
Sin irnos a ese tema, que tiene una enorme complejidad, me queda claro que la constitución de los países latinoamericanos, tomando el modelo francés, identifica innecesariamente el espacio ocupado por la soberanía revolucionaria, y luego electoral, con lo público y lo pone a la empresa capitalista. En la textura del estado británico, norteamericano, alemán y sueco hay una distinción muy seria entre gubernamental y público, en donde las instituciones públicas son constituidas, tienen un acta, mesas directivas, fines explícitos y hay una protección de lo público contra el Gobierno. Nosotros, de manera limitada, tenemos unas cuantas instituciones en América Latina que corresponden a esa lógica, por ejemplo, la UNAM, en México, o la Cruz Roja. Es un problema de nomenclatura.
El que esta confusión prevalezca contribuye a que todavía algunos momentos de emancipación se conviertan rápidamente en momentos de privatización caciquil de lo político en el continente. Y es algo sobre lo cual aquellos que nos llamamos izquierdistas deberíamos estar un poco más al tanto. En la Academia esto se está discutiendo todo el tiempo, y es interesante, pero en la construcción de las entidades culturales es un elemento decisivo. Yo no trabajo para el Gobierno mexicano. La producción cultural no puede estar subordinada a los intereses del Presidente de la República. Por más que una mayoría hipotética lo haya votado, para lograr eso en México ya tenemos a Televisa, que responde a la idiotez del Presidente de la República presente. El campo cultural por tanto ocurre en un espacio que tiene que estar protegido dentro del Estado, porque el Estado tiene que ser mayor que el Gobierno. El Estado como las instituciones sociales.
Aparte, queremos una participación de los recursos sociales y el presupuesto público. Son términos que están amparando construcciones sociales y políticas muy específicas. Es una costumbre proveniente de la deformación de nuestra imitación de la estructura estatal francesa el que no podamos hacer una decisión cabal. Tiene su motivo porque lo que hace la Revolución Francesa es colapsar la figura del Rey absolutista con la construcción del Nuevo Estado, y muchos de los países de América Latina trasladan los poderes virreinales hacia la figura del caudillo y el Presidente.
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La Secretaría de Cultura de México fue creada en el 2015, durante el actual Gobierno de Enrique Peña Nieto. Reeplazó al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), creado en 1988, que estaba adscrito a la Secretaría de Educación Pública.
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Ana Rosa Valdez: Mencionaste que en México se ha deteriorado el entendimiento de la cultura por parte del Gobierno. En el Ecuador ha pasado algo similiar…
Cuauhtémoc Medina: La manera en que se construyó la institución cultural mexicana está íntimamente ligada a la necesidad de interpelación del gobierno con la sociedad post-revolucionaria. Como demostró Roger Bartra en La jaula de melancolía, a los intelectuales y artistas mexicanos les debemos el haber construido representaciones del pueblo que permitieron la construcción del Estado. En correspondencia con eso, desde el trazado que hace José Vasconcelos al imaginar que difundir cultura era evitar el renacimiento de la violencia revolucionaria, colocar el subsidio cultural en el proyecto de gobierno fue una tarea muy importante. Los intelectuales públicos en México tenían un rol central para nuestra noción de Estado. Eran dialogantes del Gobierno. Ante la ausencia de oposición efectiva el intelectual mexicano público hablaba en nombre de los que no tenían interpelación. El proceso de acceso a la democracia electoral deterioró esas relaciones, devaluó esa capacidad de contra-presión.
Al mismo tiempo la presión de destrucción del estado y la estructura pública de propiedad y de presupuesto, para beneficiar el crecimiento de la empresa transnacional globalizante, ha deteriorado los presupuestos en todos los sectores. El espacio de la cultura oficial se había preservado en relación a la salud pública proporcionalmente porque el inicio del proceso globalizado incluyó un momento de venta turístico-exotista de la cultura. Pero, en este momento, la situación se está deteriorando todavía más porque en ese proceso, que es lo que podemos atribuirle al Conaculta mexicano, los que lo condujeron cometieron la estupidez francesa determinable de ser una secretaría de Estado, de ser un Ministerio. Ahora que lo consiguieron lo que han logrado nada más es que los presupuestos se reduzcan. Porque antes, como eran parte del presupuesto de educación pública, no les habían reducido el presupuesto porque eso significa enfrentarse al sindicato. Y el odiado sindicato era lo que protegía el presupuesto cultural mexicano.
Entiendo que mis palabras suenan cargadas de un desprecio, de superioridad y de decepción por esa clase política que los establece como idiotas. Debo confesar que es exactamente lo que sucede. Los encuentro totalmente autodestructivos e imbéciles. Habitan una estructura que no entienden en lo más mínimo. Se han vuelto sirvientes de una causa equivocada. A estas alturas esa estructura se ha deteriorado en tal grado que la pregunta sobre qué es rescatable en ella es algo serio. Alrededor de ella han surgido una serie de estructuras que tienen grados de autonomía crítica importantes. Uno de ellos es la estructura de la universidad. Pero no conseguimos salvar algunos problemas claves que requieren atención. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Antropología. Yo podría ser muy crítico de la dictadura arqueológica sobre lo indígena, pero es un mal necesario. Prefiero tener a los arqueólogos en un lugar de privilegio sobre el control de la estructura arqueológica, que tener a la arqueología como quisieran los gobernadores y las empresas al servicio del desarrollo turístico únicamente.
Es una situación muy compleja. Yo soy crítico de arte y curador, tengo un campo demarcado, ni siquiera tengo un argumento sobre la política cultural. Pero sé que uno de los elementos del deterioro en mi sociedad particular, empíricamente verificable, es el deterioro de las estructuras culturales que, naturalmente ahora ya no servirían, pero no las hemos sustituido por estructuras que tengan una importancia similar y al mismo tiempo una viabilidad.
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El Ministerio de Cultura del Ecuador fue creado en el 2007 durante el Gobierno de Rafael Correa Delgado. Su antecedente fue la Subsecretaría de Cultura del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
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Ana Rosa Valdez: Al inicio de la última década en el Ecuador, que es la década de la “Revolución Ciudadana” y del “socialismo del siglo XXI”, se generó un interés por parte de ciertos intelectuales en la creación del Ministerio de Cultura, que trajo consigo la idea de generar políticas culturales, la democratización de los espacios, los accesos y presupuestos para la cultura a través de los Fondos Concursables. Muchas ideas no cuajaron, y se forjaron instituciones enfermas de nacimiento, como, por ejemplo, el mismo ministerio. Se emitió una Ley Orgánica de Cultura que luego de un año de aprobada no ha sido implementada en la cotidianidad de las instituciones. Paralelamente a la situación política, ocurrió una debacle de los repositorios de la memoria, museos, archivos y bibliotecas. El Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo “MAAC” de Guayaquil, que fue en su momento un gran proyecto museal con visión regional, por ejemplo, lleva meses sin climatización.
Cuauhtémoc Medina: Me lo aludieron ya…
Ana Rosa Valdez: Muchas personas observamos estos hechos como si fuesen un problema sin solución. Hay mucha desesperanza, una apatía generalizada. ¿Qué podemos hacer desde los pequeños lugares que ocupamos en el sector de la cultura, considerando que para la política de gobierno ésta no es una prioridad?
Cuauhtémoc Medina: Lo que estás planteando tiene una textura muy compleja. El pensamiento crítico es lento, la catástrofe es súbita. Es inapropiado que alguien que no se ha ocupado de un asunto ofrezca soluciones. Las soluciones son ocuparse del asunto. Y uno puede fracasar o no, en determinadas medidas, es algo que se decide en una compleja interacción. Somos seres humanos con lenguaje en estructuras industriales y divisiones étnicas y postcoloniales; la operación entre nosotros es muy complicada. Algo que conviene diferenciar muy radicalmente es desilusión y apatía. Hay un error cultural básico en no poder gozar la desilusión. ¿Por qué descubrir que hemos estado equivocados no es algo que podamos recibir con orgasmo y carcajada?
Una de las principales aportaciones de esta cosa que la gente vilipendia, llamada posmodernidad, es el hecho de haber podido reír en las ruinas de la modernidad y del fracaso del comunismo, en lugar de entrar en el período de melancolía. A nivel muy concreto, el encontrar que algo no puede funcionar del modo en que está planteado debería ser un momento para librarse de afecto. No hay nada más reaccionario que tener nostalgia por el sistema de dominación anterior solo porque uno sabía qué hacer con él. No sé qué haría en esta situación, pero suena a que debe haber un montón de cosas que hacer. Algunas pueden ser muy pequeñas, y no necesariamente implican atender a eso que se cayó. Son decisiones de textura, y el campo cultural es un campo de particularidad. Lo único que importa es la obra concreta, la gestión concreta, la cadena de palabras. Hay una razón que debemos recordar siempre: estamos defendiendo dos endecasílabos, tres brochazos, un gesto sobre el piso.
Como ciudadanos puede ser que no tengamos alternativa, pero si la situación se pone tan tragicómica como está, me parece que es imperdonable políticamente colaborar con las fuerzas que están tratando de destruirnos ofrendándoles nuestra apatía. Más allá de eso, en el campo cultural sucede que, por la manera en que lo concibió la época moderna, hay una falta de relación entre recursos y resultados. O, más bien, una falla de relación entre recursos y resultados. A veces, como en una obra en la que participé, la cosa se convierte en “máximo esfuerzo, mínimo resultado”. Pero también es un lugar donde a veces dos cosas inútiles y dos palos producen transformaciones radicales. Debemos recordar algo un poco triste que es el estar inmersos en un campo de cultura, donde a veces podemos lograr cosas. En realidad si medimos nuestra existencia en relación al PIB, no deberíamos tener preocupación ni solución.
Veo como un problema serio que de pronto experimentemos —no teníamos la obligación de saberlo— el traer un proyecto tan anacrónico como una gestión ministerial cultural —esto pasó en México también ahorita—, como si fuera una culminación de un proceso, cuando en los lugares donde inventaron eso lo están desmantelando, es un gesto colonial dependiente trágico. Está claro que no funcionó, pero algo que sabemos que más o menos funciona es constituir entidades que se encargan de sí mismas, que reciben presupuesto público y no están privatizadas, entidades públicas que buscan solidificarse en el tiempo. Lo que no se puede organizar de esa manera se tiene que atender con otro tipo de estructura. No es una receta universal, pero es algo que conviene tomar en cuenta para enfrentar un problema. Cada vez que hacemos algo debemos recordar la frase de Walter Benjamin: “¿Hay testimonio de la cultura que no sea a la vez testimonio de la barbarie?”. ¿Hay cosas que se perderán? Sí. ¿Alguien los llorará? Probablemente. Otras se perderán y nadie se va a dar cuenta. El punto a lo mejor es encontrar cómo redirigimos nuestra intervención para lograr otros resultados.
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Fotografías de los eventos de “Jaque, partida entre curadores” con Cuauhtémoc Medina y Agustín Pérez Rubio, del 11 al 13 de diciembre de 2017. Cortesía del Centro Cultural Metropolitano de Quito.
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Aquí nadie se preocupa de ningún asunto y resolver cuestiones casi domésticas que permitan _ al menos_ custodiar bienes culturales. La velocidad por desmantelar espacios, armar e inventar discursos nostalgicos, acorralaron a creadores y gestores a ser bufones buhoneros y comensales de palacio.