La exposición “Érase una vez el cuerpo…” de Cristhian Godoy se realizó en N.A.S.A.(L) del 14 al 28 de septiembre, 2021. Publicamos el texto curatorial y un registro fotográfico de la exposición y las obras, cortesia de Mauricio Aguirre.
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La ontología fantasiosa de Cristhian Godoy
Texto curatorial por Lupe Alvarez
En el proyecto creativo de Cristhian Godoy (1995, El Guabo, provincia de El Oro) cohabitan de manera genuina el espectro de su infancia rural, experiencias personales traumáticas e imaginarios provenientes de géneros mediáticos como el cine fantástico y de ciencia ficción. El repertorio en el que se apoya confronta el profuso universo que especula con el impacto sobre la vida biológica, de las derivas del desarrollo tecnológico, poniendo el foco en el cuerpo humano y alimentando la visión no naturalista de la materia viva cada vez más afincada en nuestra cultura. Es imposible separar la forma naturaleza de la mediación tecnológica, afirma Rosi Braidotti. En sintonía con el espíritu que late en importantes segmentos del pensamiento acerca de la “ condición posthumana”, la creatividad de este artista se ha visto estimulada por esa aceptación del continuum naturaleza- cultura que atraviesa al Posthumanismo, como engrosamiento de la idea misma de humanidad con la que convivimos.
Godoy se enfrasca en rastrear los efectos sobre el cuerpo enfermo de avanzados insumos médicos: aparatos, prótesis y fármacos que prolongan la vida y le garantizan una calidad aceptable al punto que la sobrevivencia no sería posible sin tales accesorios. En el fondo, se vislumbra un discurso sobre la vulnerabilidad que compartimos los seres humanos; una circunstancia que, asumida como imperativo de este tiempo, retrae cualquier estereotipo idealizado de la figura humana afincado en los imaginarios dominantes de la Historia del Arte. El cuerpo que aquí asoma es contingente, maleable y frágil. Se presenta en constante transformación influido por agentes externos que minan esa imagen orgánica y proporcionada (creatura divina), que alguna vez alumbró métricas canónicas.
Hay un sinnúmero de asideros para las ficciones humanoides que el artista nos presenta y que parecen incrementarse ajenas a cualquier pauta, susceptibles a formalizaciones insólitas y muchas veces hilarantes: las caprichosas maneras de imaginar seres extraordinarios que anidan en los medios de masa, en la web. Tratados arcaicos sobre entidades anómalas donde la ciencia, la magia, la alquimia y la astrología confluyen. Su excitabilidad exploratoria le ha remontado a figuras claves de la literatura médica como Ambroise Paré (1510- 1590) , el peluquero que devino médico de reyes, al que se le debe un polémico estudio donde clasificó monstruos y prodigios inimaginables tratando de dar una explicación plausible a corporalidades excéntricas.
Érase una vez el cuerpo…, conversa con la famosa serie televisiva francesa de dibujos animados Il était une fois… la Vie (1987), un material dirigido a los niños con fines didácticos para abordar temas de anatomía, costumbres saludables y diferentes aspectos del funcionamiento de nuestro organismo. Su creador, Albert Barille, concibió los guiones en clave de aventuras donde componentes de nuestro cuerpo proceden como personajes y protagonizan eventos defensivos y roles heroicos. La propuesta de Godoy disfruta el destello de esta saga y es por eso que su elaboración plástica arraigada entre lo gráfico y lo pictórico, no deja fuera el humor ni la inquietud del niño imaginativo y curioso.
Pese a que detrás de este bloque de obras hay experiencias personales dolorosas y traumáticas, la inventiva del impúber no le ha abandonado. Sus destrezas encuentran vía para explorar materiales y soportes diversos comúnmente asociados al campo de la medicina, pero en curiosa simbiosis con las herramientas más sencillas de las artes visuales y con sus tradiciones expresivas.
Una infancia rural y las limitaciones de la vida en el campo, sustentan su sensibilidad por materiales como el plástico “como un espectro que protege las casas de caña” o los zunchos “esa cuerda que se amarra entre los árboles para construir tendederos”. Godoy declara su fascinación por las imágenes insólitas, a veces grotescas, que emergen cuando la naturaleza hace lo suyo sobre una cuerda que se aprieta en el tronco de un árbol.
El trabajo sobre materiales heterodoxos concede presencia al gesto y cataliza una energía que en su caso, más que proporcionar fondo o balancear intensidades expresivas al interior del plano, da forma al hábitat de sus personajes. Cuerpos y espacio derivan de la acción delirante de la pintura excitada por el registro matérico. Ambos proceden de una misma matriz: el cosmos que prolifera al interior de nuestro cuerpo; un objeto de estudio sectorizado y clasificable para el campo de la ciencia, que puede tornarse insondable e infinito en el proceso creativo.
Todo ocurre en esa entidad extensa y liminal que es el cuerpo humano, siempre en metamorfosis y afectado por una exterioridad con la que constantemente interactúa. El dibujo oficia como un medio indispensable que aporta vibración y organicidad a las formas. El artista lo define como una especie de taquicardia gráfica que preserva el ictus del apunte en el que van asomando los raros ecosistemas donde sus personajes pululan con naturalidad. Los tejidos y órganos internos amplificados, devienen estímulo para fantasear con estructuras que pierden su referencialidad y se transforman en textura frondosa o arquitectura indiscernible. Godoy insiste en la idea de paisaje en transición: un lugar inespecífico cuya forma no puede ser definida; abertura a microcosmos sensibles y mutantes carentes de predictibilidad.
La ontología fantasiosa de Cristhian Godoy no nos propone una visión apocalíptica, más bien nos reconocemos lateralmente en ella como porciones de un megaflujo donde cada cosa tiene su horizonte. Allí resuena el tipo de conciencia ecológica proclamada por pensadores como Timothy Morton, en la que nos asumimos afectados por factores abióticos y también por partes no-humanas, y apreciamos a esas otredades como convivientes imprescindibles en nuestro espacio social.
Miraflores, septiembre 2021, año pandémico