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Esta instalación es un péndulo: posee una base metálica fija, en forma de pirámide. De su vértice cuelga una barra de metal. La oscilación del mecanismo depende de su peso y de una rueda de bicicleta que, conectada a una fuente de electricidad, gira de manera constante. En el extremo libre de la barra de metal se ha instalado un megáfono, que difunde definiciones sobre el presente y pasado. La selección de estas oraciones está computarizada y se da a través de un software que busca en Internet todo aquello que se relacione con los conceptos de pasado y presente; después, selecciona al azar un conjunto de las palabras recolectadas y, finalmente, las convierte en el audio que se escucha a través del megáfono.
Oratoria, del artista peruano José Carlos Martinat, obtuvo el Premio Julián Matadero en la XIII Bienal de Cuenca. Esta obra formó parte de la exposición principal, abierta al público desde noviembre de 2016 y clausurada en febrero de 2017. La impermanencia fue el eje del concepto curatorial planteado por el norteamericano Dan Cameron: uno de los criterios de su comisariado fue que la temática de las propuestas haga referencia a la fugacidad del arte como parte de la condición humana. Así también, la impermanencia se marcó como un punto de partida para la resignificación de la experiencia estética contemporánea. Dicho de otra manera, la propuesta curatorial buscó activar una forma de resistencia a la mercantilización de la obra de arte, posicionando el concepto artístico en la mirada interactiva del visitante.
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Esta máquina es, literalmente, una emisora de información, pero, además, a nivel metafórico, posee este movimiento pendular constante —gracias al que se nombra la propuesta— que lleva consigo una sensación de desplazamiento. De acuerdo con el artista, este balanceo juega con la idea del tránsito entre mundos. Para explicar esta imagen deseo referirme a la forma de la obra, como metáfora del concepto. Su estructura debe estar bien anclada al suelo, sin embargo el péndulo se mueve en dirección al cielo, buscando siempre la posición más alta. Y es este impulso el que le permite seguir en movimiento. Por lo tanto, el megáfono fluctúa entre la tierra y el cielo: transita entre dos mundos.
Esta es la tercera edición de la obra. Esto es posible debido a la manera en la que funciona la instalación, pues su forma le permite jugar con los contenidos emitidos. Sin embargo, la configuración de los circuitos internacionales del arte contemporáneo, es la principal condicionante que, a través de distintos momentos expositivos, le permite transitar entre conceptos curatoriales diferentes. De hecho, las dos exposiciones anteriores tuvieron otros contextos. En su primera versión, el dispositivo oscilaba entre el interior y el exterior de la galería comercial Revolver, en Lima, tomando por base una de sus ventanas. La segunda tuvo lugar en Miami, en el contexto del Art Basel —feria internacional de arte contemporáneo—. Entonces, José Carlos Martinat usó ocho péndulos que difundían los manifiestos de las vanguardias del arte moderno, en distintos idiomas.
En esta edición, el lugar jugó un rol muy importante: el parque etnobotánico de Pumapungo es un escenario intencional. Este sitio, donde se asienta un conjunto de ruinas arqueológicas, le imprimió —en palabras del artista— una referencia chamánica a la obra; un sentido muy distinto a aquel de las anteriores ediciones. En este aspecto, se percibe que una pregunta ronda en el diseño de la instalación. Me aventuro a señalar que esta tiene que ver con el futuro, expresado en la tecnología que permea las obras de Martinat, y con el recuerdo vigente y presencia del pasado, expresado en las ruinas de Pumapungo. Esta relación no es obvia; por ejemplo, el hecho de que las palabras provengan de la red hace partícipe al mundo virtual –irreal— de esta tertulia sorda sobre el tiempo.
El recorrido de Oratoria, en sus distintas versiones, nos propone una búsqueda constante de [re]significación. No solo sus mecanismos: los nuevos elementos, los cambios en el contenido textual y los escenarios, contribuyen a una mayor complejización de la obra. Ciertamente, la trayectoria de esta propuesta en el circuito artístico internacional permite la flexibilización de su concepto, pero también enriquece la experiencia de las personas que visitan la instalación. Para José Carlos Martinat, el valor del premio Julián Matadero, también de la Bienal de Cuenca, está en el proceso hacia dentro: el intercambio con artistas, curadores y público, es un incentivo para continuar con la dirección que tiene su trabajo. Sin dejar de reconocer esta dirección, es necesario también preguntarse por la Bienal hacia afuera, es decir, por su valor en el campo artístico nacional y regional.
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Registro de video: Rodolfo Kronfle Chambers
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Fotografías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca
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Muchas gracias, de ayuda con mis tareas
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