En Paralaje culminamos el año con una entrevista colectiva sobre aquellos temas y problemas que fueron clave en el 2017, y que nos permitirán continuar con nuevas reflexiones en el 2018.
En este posteo participa Rodolfo Kronfle Chambers, curador y crítico del arte, y miembro del comité editorial de Paralaje.xyz.
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¿Cuáles fueron los temas y problemas claves en materia artística y cultural en el Ecuador en el 2017?
Ciertamente el tema de las censuras se convirtió en la comidilla de la temporada, no sin aburrirme la previsible discusión. Sí: el arte tiene la vocación de presionar a las ideologías a mostrarse como son, pero los métodos para hacerlo pueden ser más interesantes y movilizadores de discusiones menos epidérmicas. Lo del Centro Cultural Metropolitano de Quito estaba fríamente calculado y quien no lo haya presupuestado es ingenuo. Por otro lado, ser víctima de una censura a veces es tremendamente circunstancial como el caso de Marco Alvarado, problema que surge a partir de la cantaleta de un fanático. Como curiosidad en contraposición a esto, la misma obra de Gabriela Chérrez que causó un escándalo mayor hace una década en el Museo Municipal fue vuelta a exponer en el mismo sitio sin que ningún moralista se rasgue las vestiduras. En fin, no creo para nada que sea un signo de los tiempos, como he leído, ni que el imperio reaccionario contrataque, estos casos simplemente se suman a un anecdotario ya nutrido de abusos de autoridad: la “adolorida de Bucay” seguirá llorando –a mi criterio- no tanto por actitudes institucionalizadas sino por el torpe entrecruce de relaciones públicas obtusas y personajes menesterosos con delirios de guardianes de la fe y moral pública.
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Tomado de Instagram
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Me gustaría ver, en cambio, el mismo nivel de compromiso para discutir –por ejemplo- el arte público promovido por el cabildo guayaquileño que ha favorecido un trasnochado lenguaje escultórico decimonónico de pobre concepción y factura, como queriendo con este falsificar un pasado de esplendor al poblar de estatuaria tradicional (ish) el espacio público y comunicar así una pedagogía cívica engañosa, que infantiliza en su didactismo elemental a la población. El gusto kitsch y horizontes pueblerinos de sus encargados ha reiterado además una narrativa costumbrista ya agotada, representada no solo en el megaproyecto decorativo de los pasos a desnivel sino también en gigantes esculturas que emulan la fauna local: monos, iguanas y papagayos que llenan de ironía con su presencia a esta selva de cemento. Todo ejecutado bajo una torpe coartada populista que desdeña las visualidades de nuestro tiempo y los criterios informados para valorar el arte.
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Tomado de Diario El Comercio
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Y como cereza en el pastel –como si el mamotrético Guayas y Kill de bronce que arruinó el nuevo emplazamiento del tradicional monumento a Alfaro no fuese suficiente- el cabildo (en su nueva versión descafeinada, tolerante, inclusiva, supercool y alternativa) ahora reitera el embuste histórico en una lamentable versión de la pareja idealizada en dizque lenguaje de arte urbano que es de llorar. No le atinan a una. (Mensaje en una botella: Ahora que la Universidad de las Artes emite comunicados públicos me encantaría unos párrafos colegiados bien sesudos con su postura sobre las esculturas de las “virtudes” que decoran su acceso al pie en la Plaza de la Administración).
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¿Qué propuestas artísticas y culturales abrieron nuevas rutas creativas y críticas en las escenas locales?
La gestión del Centro Cultural Metropolitano en Quito demuestra que la descentralización y autonomía administrativa en asuntos culturales puede funcionar bien si es dirigida con criterio (el Museo Municipal en Guayaquil pudiera tener una gestión igual de decente pero sus cabezas no tienen idea de artes visuales). Solo dos muestras pertinentes de cierto grado de ambición y bien planificadas (“La intimidad es política” y “desMarcados”) bastan como anclas de un calendario de exhibiciones de nivel.
En los últimos años he comisariado un par de muestras en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito y noto que su gestión también se asienta. En Guayaquil espacios nuevos como Violenta o el Funka Fest, y claves como Dpm, son ejemplos de lo que puede lograr la gestión privada e independiente con limitados recursos…si tan solo tuviésemos una ley que promueva el mecenazgo otro sería el cantar.
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Año viejo de Ramiro Noriega, rector de la Universidad de las Artes de Guayaquil.
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¿Cuál es el estado actual de la institucionalidad cultural en el país?
La precariedad institucional cultural del estado central derivada de la década correista es lo más alarmante de este recuento: cierre de museos, pobrísimas gestiones, infraestructuras sin mantenimiento, dispendios innecesarios y una burocracia inútil que no resolvió nuestros problemas (debo pasar de lo general a lo específico con mención especial para el servilismo “académico” y derroche contractual del Museo de la Presidencia)…vaya herencia revolucionaria. Con fracciones de lo gastado en estos DIEZ AÑOS (sí, con mayúsculas para no olvidarlo) un centro cultural como el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) pudiese estar bastante mejor a cargo de un pequeño equipo profesional y autonomía administrativa.
Los excesos centralistas del Sistema Nacional de Cultura han arrojado resultados pobrísimos, quien lo niegue es un cínico de siete suelas o un pipón trasnochado con dos libros de ciencias sociales y tres bielas en el velador. En Guayaquil estamos en soletas, el MAAC es una vergüenza, el Museo Municipal un ente intrascendente y sin consecuencia y la Universidad de las Artes cuestionada (siempre en corto) hasta por profesores de su plantilla (salvo los enchufados). Cualquier solución para estos males debe incorporar criterios de autonomía administrativa y financiera, a más de concursos de méritos púbicos y transparentes en las contrataciones. Mientras nos manejemos con el cabildeo y la ñañería como estrategias de gestión, y cuotas políticas para los nombramientos, solo los cinturitas seguirán dirigiendo y trabajando en estos monstruos burocráticos.
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¿Qué preocupaciones nos llevamos al 2018 en nuestro trabajo cultural? ¿Qué necesitamos mejorar como escena artística?
Sobre lo primero, tal vez lo más urgente es procurar recuperar en algo aquellas instancias de memoria histórica que son imprescindibles como plataformas sobre las cuales se construye cualquier escena: la exhibición de las colecciones públicas y un programa de coleccionismo institucional serio que llene los gigantescos vacíos que hay hasta el día de hoy. Los relatos con que se muestran estos objetos pueden variar en el tiempo según las circunstancias -la discusión pública de esos enunciados es saludable- pero es al menos imprescindible tener acceso a la creación del pasado (cosa que más de una generación de nuevos artistas y públicos no conoce de cerca) y tener una visión para poner en valor la del presente.
Sobre lo segundo, para mí lo medular reside en un tema de integridad y de honestidad intelectual: claro que el estado tiene responsabilidades, pero no deja de ser triste comprobar los distintos grados de dependencia que los actores culturales tenemos con esa superestructura (el gobierno central o los locales) que condiciona, que modula lo que se dice, que produce protectores de mediocres y en última instancia encubridores de gente vivísima a quienes no queda más que adular para salvar el pellejo. Mientras seamos dependientes y no gocemos de una autonomía plena las cosas no van a cambiar. Los problemas del sector cultural no se van a resolver con foros de la FLACSO, tertulias en Picantería La Culata o cantaletas vía Facebook (que me encantan, mea culpa). ¡Cuántas mesas de trabajo para nada! Los problemas para la institucionalidad cultural se pueden palear en algo con pragmatismo puro y duro, no con la verborrea ideológica, informes, mecanismos, consultorías y más leyes que nos han narcotizado y desactivado por diez años. ¡El sueño de Bolívar ha producido monstruos compañeritos! El primer paso para una recuperación es aceptarlo y no comer cuento.
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En el fondo: Consigna, obra de Gabriela Chérrez en la exposición “Low fi: baja calidad y virtud” en el Espacio Violenta de Guayaquil. Crédito: Juan Carlos Vargas
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Diseño de portada: Oswaldo Terreros
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La política cultural de este último decenio, solo reflejó la política en general del gobierno de turno, populista, prepotente, censuradora y clientelar.