Susan Rocha
ABSTRACTO:
Luis A. Martínez (1869-1904) emanó de la modernidad conservadora (educación cristiana, tertulias, tradición familiar letrada y científica). Fue un positivista liberal, bisagra entre pasado-futuro, tradición-modernidad. Formó a un agricultor innovador y miró a su vida científica y artística como una obligación patriótica, útil a la república práctica y la comunidad imaginaria, ligada a círculos liberales de auto-organización civil. Argumentó contra el concertaje y a favor de la explotación racional de territorio. Evidenció un entorno social que el romanticismo idealizó; afirmó que sus imágenes son científicas y sus descripciones históricas, así articula pasado (memoria científica, memoria histórica), presente (experiencia directa) y futuro (civilización deseada). Mediante folletines amplió su comunidad de lectores y cumplió con la función educativa de las letras y las artes, como vías para la comprensión de lo propio.
INTRODUCCIÓN:
Rasgo autobiográfico.- ¿Biografía?- Bien corta. Tengo cuarenta años y he vivido ya sesenta, como la mayoría de los mortales.
Un cuarto de siglo he luchado furiosamente por la vida.
Lo he sido todo, desde peón y jardinero, hasta gerente de grandes exportaciones agrícolas e industriales; desde Teniente Político de la más miserable parroquia, hasta Ministro de Estado; cazador, ascencionista, pintor, escritor, etc.
La pobreza y las contrariedades no me asustaron nunca; la prosperidad y los honores no me enorgullecieron jamás.
Cuerpo de acero y ánimo bien templado, fueron el secreto de mis éxitos.
El rasgo dominante de mi carácter, la independencia, – salvaje alguna vez. Y, además, amor entrañable a la naturaleza, al arte, a la Patria, a esta última sobre todo, tanto, tanto, que apagó a veces lo más querido de mi alma.
Dos grandes crisis, la pérdida de mi esposa, ángel guardián mío, y la ruina de mi salud, han echado al suelo toda mi fuerza, matando mi fe en todo, y hecho un hombre en la flor de la vida, un valetudinario misántropo y casi nihilista.
Algo sobre arte? No pertenezco a ninguna escuela, -soy profundamente realista, y pinto la Naturaleza como es y no como enseñan los convencionalismos.
El paisaje no debe ser solo una obra de Arte, sino un documento pictórico científico.
Mi maestro es la naturaleza, pues todavía la estudio.
Soy enemigo acérrimo del paisaje bibelot de aquel género que es socorro obligado de los que no tienen pisca de inspiración ni talento: género que como una avalancha inunda ahora Europa, y se ha trasladado al suelo de América, como todo lo malo: aumentado, desfigurado… y empeorado.
Y qué más, nada más amigo mí[1].
Estanque de la Liria, 1907, tomado de libro Luis A. Martínez de Fernando Jurado Noboa.
Luis A. Martínez murió en La Liria, en 1909. En vida, cumplió con el papel del intelectual decimonónico, es decir, fue útil a un ideal patriótico, como una bisagra entre tradición y modernidad que engranaba ciencia, arte, agricultura, literatura, política y prensa. Su visión del porvenir era profundamente liberal, porque planteaba proyectos positivistas valorando el deporte, la educación, las bellas artes, la exportación y la prensa como vías de un progreso que requiere de justicia social para construir una república práctica.
Descrito como el “pintor de la soledad”, “el solitario de Atocha” y un “genio” autodidacta[2], no se ha considerado que tanto su pertenencia a una tradición intelectual familiar, como su formación dentro de los proyectos educativos de modernización conservadora fundaron las condiciones de posibilidad para su creación artística y su producción intelectual, relacionada con sus asociaciones liberales. Por ello, su mirada, tradicionalmente leída como el fruto del desinterés estético, tenía una clara intención patriótica, imaginaba un porvenir modernizado en la producción agraria, la ciencia, las letras, las artes, la economía y la política, mediadas por el positivismo. Así, este estudio, más allá de Luis A., permite comprender un contexto de desarrollo intelectual ligado a la idea de progreso, a las élites culturales y a sus círculos de sociabilidad letrada.
Sus relaciones de parentesco, asociación, vida y obras permiten apreciar, el papel bisagra que los intelectuales decimonónicos tenían entre las metrópolis culturales y las tradiciones locales, así como entre la literatura, la política, la escritura, la administración pública y la forma de imaginar un porvenir modernizado[3]. Luis A. proyectó el porvenir cumpliendo con la función que Gramsci asigna al intelectual[4] en la construcción social de “comunidades imaginarias”[5].
La estructura de este escrito es una adaptación de La operación historiográfica de Michel de Certeau[6]. Por ello, se verá el lugar socio-económico, político y cultural de Luis A.; sus vínculos con intelectuales y políticos, sus referencias científicas, civilizatorias y literarias, su subjetividad letrada, su lenguaje artístico y su legitimación. Se explicará sus prácticas intelectuales de asociación, escritura y administración pública, cuya visión de porvenir se derivó de una memoria científica y familiar. Finalmente, se relacionará su lenguaje plástico y letrado con este marco social de significación que, a través del paisaje, transformó a la naturaleza en cultura.
Para realizar este recorrido, además de contar con los textos, dibujos y pinturas del propio Luis A., se dialogará con sus biografías escritas por Manuel J. Calle, Augusto Arias, Rodrigo Pachano, Raquel Verdesoto y Fernando Jurado Noboa. Entre estos, se destaca el trabajo de Tamara Estupiñan elaborado sobre la familia Martínez Holguín y el análisis que realizó Agustín Cueva sobre su escritura y José Gabriel Navarro sobre su pintura.
La Liria: Un lugar social de las élites culturales
Luis Alfredo Martínez Holguín nació en 1869. Su padre, notable político conservador, empresario y jurista[7], Nicolás Martínez, creó su propiedad emblemática: La Liria, misma que tuvo cien años de producción y fue un laboratorio, donde se realizaban experimentos para mejorar la agricultura del país:
“La Liria” había sido concebida como una especie de plan modelo donde se pondrían a prueba muchas de las ideas que tenía el mandatario. En estos años y utilizando la estructura básica dotada por Martínez, se comenzaron a introducir y adaptar especies vegetales importadas de diversos lugares del mundo. Para García Moreno, el doctor Nicolás Martínez se convirtió en un hombre digno de admiración, en quien no sólo se podía confiar, sino depositar las más utópicas ideas, para que él se encargara de hacerlas concretas y verdaderas.[8]
El eucalipto, la uva y una variedad de alfalfa llegaron al Ecuador cuando Nicolás Martínez logró hacer fértiles terrenos antes inútiles para la agricultura y creó el primer Jardín Botánico ecuatoriano. Luis A. estudió en el colegio San Gabriel, creado con la reforma garciana. Así, el lugar social del cual emanó es el proyecto de modernización conservadora, con sus experimentaciones sobre la naturaleza y su fe en la educación impartida por los hermanos cristianos como un camino para formar ciudadanos virtuosos –patriotas-. Este plan incluyó la lectura de los catecismos cívicos escritos por su primo: Juan León Mera Martínez.
Gracias a su padre, y a la amplísima biblioteca de su abuelo que contaba con publicaciones recientes sobre arte, literatura, filosofía, historia, geografía, astronomía, gramática, agronomía y otras materias; él y sus once hermanos y hermanas poseen una amplia producción intelectual[9]. Por ejemplo, Augusto Martínez traducía textos de vulcanología cuando Luis A. pintaba cráteres.
La Liria “con su casa, jardines y árboles -entre estos los eucaliptos de majestuosa altura- se había convertido en un típico escenario de la época romántica, caracterizado por las tertulias artísticas y científicas”[10]. Esta propiedad queda junto a la casa de Juan León Mera, que era, igualmente, un escenario de socialización intelectual y depositaria de una amplia biblioteca. En ambas moradas las tertulias imitaban a la academia francesa[11]. De esta forma, Luis A. emerge de una tradición familiar que profesa una inmensa fe en las letras y en las ciencias como vías para lograr el progreso, cuyas ideas y actos dialogan con los proyectos de “capitalismo católico” planteados por García Moreno[12] para crear una comunidad imaginada.
Las tertulias eran sitios de socialización y circulación literaria, Kingman las describe como espacios de préstamo y circulación restringida de libros y revistas; como comunidades imaginadas orales donde circulaban las noticias de manera informal. Eran círculos de lectura, cuando la mayor parte de la población era analfabeta.[13] En estas comunidades imaginadas, se puede conjeturar que entre sus temas de conversación estaban planes vinculados al progreso de Ambato, que seguramente cimentaron las ideas de Luis A. sobre los caminos o el ferrocarril hacia el Oriente para la extracción del “Nuevo Dorado”.
Siguiendo las publicaciones de las familias Martínez y Mera, así como las de los huéspedes ilustres que recibieron, -como los sabios alemanes que formaron la Politécnica-,[14] es fácil imaginar los temas científicos de estas reuniones. Argumentos que más tarde estarían presentes en las descripciones y pinturas que Luis A. realizó sobre el paisaje, en sus catecismos sobre agricultura, sus experimentaciones botánicas y sus proyectos para tecnificar el trabajo agrícola; cumpliendo el papel de bisagra entre el pasado y el futuro, así como entre tradición y modernidad. Luis A. era miembro de una burguesía dependiente de la tierra, por ello intentaba formar un agricultor innovador y comprendía a su propia posición científica y artística como una obligación patriótica que era útil para la sociedad.
Se puede suponer que las ideas críticas sobre la poesía[15], la función civilizatoria de las bellas artes, cuya modernidad dependía de su institucionalización[16] y el valor cultural de la tradición[17] de Juan León Mera fueron parte de esas veladas. Ideas que se plasman en el proyecto de la Escuela de Bellas Artes que, desde el gobierno de Plaza, Luis A. Martínez ideó, y que fue inaugurado por Eloy Alfaro para modernizar el arte y la arquitectura. También dialogan con su autodefinición creativa, por ello, dentro de su autobiografía; afirma no pertenecer a ninguna escuela, tener como única maestra a la naturaleza, ser profundamente realista y pintar para generar un documento científico[18]. Con ello, afirma que su obra es autónoma, original y espiritual, características que Mera atribuye a las Bellas Artes. A estas ideas Luis A. agrega el ser realista y positivista.
Como se aprecia, la Liria era un lugar de producción y circulación de pensamiento positivista, aprendizaje empírico, debate político e imaginación activa sobre el progreso nacional y el orden social. Tan diferentes debieron ser de las tertulias elaboradas por los vecinos luego de un pequeño viaje, sin interés intelectual en su experiencia, que Luis A. las relató como un disparate de gente sin juicio, mientras que quien es ilustrado vive pobre y no sale del terruño[19]. Más adelante, cambió sus espacios de sociabilidad, asociándose en proyectos que expandieron valores liberales, así: “no fue un hombre grande, ni cosa parecida. Fue algo mejor y más laudable: un hombre útil que trabajó por la realización de un ideal patriótico, en la política y en el arte”[20].
En síntesis, el sistema de referencias científicas y literarias que componen su subjetividad letrada proviene de una tradición familiar y de un proyecto conservador. Su lugar social de procedencia fue la Liria, como centro de sociabilidad oral y letrada cuyo principal objetivo era la expansión del conocimiento y de los valores civilizatorios modernos. Por ello quienes participaron de sus tertulias, bibliotecas y debates imaginaron formas útiles para construir el provenir porque ser sabio era ser útil a la sociedad. Luego, Luis A. creció y se convirtió en un intelectual liberal y realista a través de sus discursos y prácticas.
Prácticas intelectuales: la visión de porvenir en Luis A. Martínez.
Cuando era colegial entró: “…semidesnudo y a caballo en el templo parroquial de Mulaló”[21]. Para Manuel J. Calle era: “una página arrancada de las rudas costumbres campesinas”[22]. Entonces, salía de “gira de placer”, y para ello:
Cargaban los aparatos sobre las bestias, y salían silenciosamente de la ciudad, como buenos burgueses que van a visitar sus fincas de las inmediaciones. Ya en las afueras, utilizando alternativamente bicicletas, y las pobres cabalgaduras, se iban por los campos. (…)
Y cuando esos chicos andaban en campaña, cerraban sus puertas, granjas y arquerías, y las vírgenes indias huían a ocultarse en la profundidad de las gélidas punas. (…) ¡Se hizo nombrar teniente político de Mulaló, casi ignorado pueblo de indios!!!.[23]
Empezó su vida pública, como un cuadro costumbrista sobre la burguesía hacendaria, dejando claro que su posición le permitía ejercer relaciones de dominio sobre los cuerpos de las vírgenes indias, los indios y la tierra; fue el primero en producir manzanas y membrillos en tierras antes infértiles para la agricultura,[24] y escribió sobre su padre: “La agricultura en esas manos y en ese cerebro, era el arte supremo que modela y doma la arena movediza o la dura tova volcánica y las hace obedientes a la exigencia de una voluntad creadora”[25].
Luis A. también leyó a Mutis y a Caldas para clasificar especies botánicas.[26] Más tarde, publicó cuatro volúmenes sobre el cultivo en la sierra,[27] para modernizar la agricultura, difundiendo sus experimentaciones a un país mayoritariamente rural. Sus maquinarias y la exportación lo presentan como bisagra entre el sustento tradicional campesino, la tecnología y el progreso. Así, como su padre, cumple el rol del sabio positivista.
Juan León Mera y Luis Cordero eran literatos plantadores, el último leía el catecismo de la agricultura “Con la irresistible curiosidad con que me contraigo siempre a examinar toda obra que trate de agricultura. Soy por otra parte agricultor de los más entusiastas de mi país y hago cuantos ensayos puedo por aclimatar especies nuevas, aún cuando algunas, procedentes del Antiguo Mundo, sean decididamente rehacías a nuestra latitud y clima”[28]. La articulación entre una realidad experimentada y un porvenir soñado se enmarca en el positivismo como búsqueda de la verdad mediante la observación y transformación de la naturaleza.
Luis A. narra cómo se volvió revolucionario: buscó ropa que lo semeje a los montoneros[29] y elaboró un único número de La Redención Nacional para “ilustrar la opinión pública y desenmascarar a los enemigos del pueblo” luego de ocho días de debate y cien cervezas, pago la impresión, y como nadie la compró, la regaló. Con su hermano Nicolás decidieron hacer una revolución, que “en Ecuador es más fácil que hacer un plato de locro”[30] y pelearon en Gatazo[31]. Con Alfaro presidente, sus consanguíneos Augusto y Arturo obtuvieron cargos públicos, el primero dirigió el Observatorio Astronómico, el segundo fue nombrado ingeniero del Consejo Cantonal de Quito y Luis A. diputado por Tungurahua. Este papel era coherente con el deseo de construir una república práctica. Como Ministro de Instrucción Pública, opinaba que:
…el plan de estudios de la Escuela primaria adolecía entre otros defectos, del recargo de materias, que mal podrían asimilar los niños, mucho menos en las escuelas rurales. Era menester organizar un plan general armónico que permitiera a los educandos pasar de la escuela de orden inferior a la del inmediato superior sin solución de continuidad, a fin de proporcionar a los alumnos los conocimientos adecuados al medio en que les toca vivir. Juzgaba para esto oportuno el dividir las materias en seis grados, con la división en escuelas elemental y superior, de acuerdo a la necesidad y condición de los alumnos que las frecuentan…[32]
Martínez fue parte del Estado liberal y por sus “sueños locos”[33] el presidente Plaza expresó que: “es uno de los grandes cerebros de la República y uno de sus hijos más patriotas”.[34] Esa relación literatura, pedagogía, progreso y nacionalismo integró una comunidad imaginaria de ciudadanos patriotas y modernos. Por ello, ideó la Escuela de Bellas Artes, fundándola el 24 de mayo 1904, con una velada literaria que conmemoraba la Batalla de Pichincha, en la presidencia de Alfaro.
En Caminos al Oriente (1903), imaginó al “Ecuador del porvenir” con regiones fértiles y caminos para conquistar pacíficamente el “Nuevo Dorado”. Además de contribuir con el comercio, la industria y el progreso, indica que asegurará la soberanía patria, evitará futuras invasiones e invertirá sus terrenos baldíos en agricultura,[35] adelantándose a la reforma agraria. Ese mismo año fundó el Club Tungurahua, como un espacio de sociedad, cultura y deporte para: “proporcionar a los asociados instantes de sano esparcimiento dentro de las buenas costumbres y la tradicional cultura de nuestro pueblo”[36]. Esta auto-organización civil fue un espacio de socialización y racionalización liberal del tiempo de ocio.
Si inicialmente su relación con los indígenas aconteció en sus “giras de placer”, conforme radicalizaba sus ideas sobre la justicia social veía a la situación del indígena y al concertaje como inaceptables. En sus conferencias (1904) describe y visibiliza un entorno social que el romanticismo omitía, evidenciando las promesas incumplidas por el liberalismo, mientras exalta lo nacional:
…Antes de ahora ocupé ya mi pluma en defender una raza, una causa y un ideal sagrados: la raza, la india; la causa, la justicia; el ideal, la república práctica. Vuelvo sobre el camino que recogí entonces, pero más amargado que antes, más indignado, porque, día a día, he visto crecer, que no disminuir, el mal; porque todos los pequeños esfuerzos fueron vanos; sin embargo de la fe y la santidad que los informaban.
¿Qué pensáis vosotros de un país formado conforme a las más sabias leyes administrativas; de un país cuya Constitución proclama la igualdad ante la ley, garantiza la libertad humana y condena la esclavitud; de un país que hace gala de profesar la doctrina de Cristo, del gran justiciero e igualitario; de un país que se dice civilizado y que, sin embargo, rompe, destroza y anula todos los días los mandatos de la ley, las sublimes máximas de Cristo y las más santas aspiraciones de la dignidad humana? Qué dijerais de un país donde la esclavitud existe en su forma más odiosa a pesar de prohibir la ley tal abuso? No es verdad que ese país no es, no puede ser republicano, culto ni cristiano? Pues bien, señores, este país es el Ecuador, la patria nuestra. Y mi afirmación no ha de asustaros: ajeno de la exageración, no trato de alarmar vuestras consciencias republicanas. Sí señores, la enunciación sola del asunto sobre que versará esta conferencia, indigna a todo hombre justo: el concertaje.…[37]
Encuentra en el concertaje una manera legal de quitarle al indígena la dignidad humana porque “deja de ser un ente racional para convertirse en cosa”; porque gasta su pequeño jornal en “orgias y fiestas” donde ahoga la eterna desdicha de su raza y “tan frecuente es oír a los propietarios: ´hoy compré a fulano las deudas de tres o cinco conciertos´ como se dijera: hoy compré a fulano tres indios jóvenes”; los terratenientes tienen gran ingenio de para “forjar documentos infames” y los curas para nombrarlos priostes e incrementar sus deudas; esa es la situación dentro de los huasipungos.[38] Es más:
Perdonadme… Hablo en nombre de la justicia y hablo en nombre de una raza, de una raza digna de otra suerte, pues el indio no es el bruto incivilizable, no es el bruto que algunos imaginan. Conozco al indio, viví muchos años rodeado de esos desheredados de la sociedad y de la religión, toqué con mis manos las lacerías de esa parte de la humanidad, vi que en el indio flota aún, en medio del caos de la inteligencia embrutecida por la miseria y la esclavitud, algún resto de inmensa virtud. (…)
Montalvo no vio tal vez en todo su horror la suerte de la mitad de los ecuatorianos, de la más útil tal vez. El que ahora os habla ha visto flagelar a niños, mujeres y ancianos por faltas levísimas, he visto en muchas haciendas establecido el cepo infame en el que se martirizaba a octogenarios. (…) Acaso no es frecuente que un patrón o un mayordomo maten a un peón a látigos? Y ¿Qué hace la justicia? ¿Qué medidas toma la autoridad? Ninguna, el asesino el blanco, es caballero, es propietario, y luego, la vida y el honor del indio ¿valen alguna cosa? (…) La esposa, la hija del indio concierto son del patrón, del cura, de cualquier blanco que las desee…[39]
Ese mismo 1904, en el discurso de reinstalación de la Sociedad Artística e Industrial de Pichincha, resaltó las ventajas de la asociación de artesanos en todos los países. Asistió a la Junta General de Obreros y les entregó la Escuela Nocturna de los Obreros[40]. Al poco tiempo, los Martínez se oponían a Alfaro, entre otras razones, porque no construyó el ferrocarril al Oriente (1906)[41], así las últimas publicaciones de Luis A. lo satirizan. Su correligionario de escritura y amistad, Manuel J. Calle relata como para entonces:
El régimen había extendido por todo el país una nube de procónsules y concusionarios de la peor especie, casi siempre de la hez maleante del pueblo bajo, y todos callaban, porque no podían más, habiéndose ahogado la protesta en un río de sangre vertida en las celadas del asesinato y en patíbulo político, cuando al solitario de Atocha se le antojó publicar la más extraordinaria de las hojas: nada menos que un reto a muerte con emplazamiento ante Dios, al General Alfaro!… Usted es cardiaco! Yo soy un tísico, le decía; y vamos a ver quién primero muere; y también es el caso que usted es un viejo y yo apenas he traspuesto la cumbre de la vida.[42]
El lenguaje en Luis A. Martínez
Es preciso recordar que el realismo visibilizaba la problemática social de su entorno, no la idealiza. Esto prueba sus nexos con el positivismo, interesado por lo considerado típico o popular:
El realismo comulga con el positivismo, cree poder dar cuenta de la totalidad de lo material hasta en su mínimo detalle. El régimen discursivo del positivismo que hace posible dicha definición es el de la verdad, el del objetivista y totalizante con todas sus implicaciones y limitaciones. Las consideraciones sobre el sujeto se tornan interesantes y complejas: si el realismo intentó mostrar lo típico en circunstancias típicas lo hacía con la intención de mostrar aquello que no había sido mostrado. El realismo es sobre todo un régimen de visibilidad.[43]
Luis A, estaba interesado en representar una verdad positiva y se ha escrito que: “Fue más realista que patético y más humorista que romántico. La visión concreta, la actitud científica y el valor abiertamente descriptivo de su obra. (…) se alistará entre los pintores o escritores realistas”[44]. Idea que comparte Calle cuando explica que su pintura es:
…la pura expresión de la verdad. Aquel nevado es así, –los nevados fueron su fuerte;- y aquellos campos de desolación y silencio son comprobables por cualquier turista. Esto es poco; un buen fotógrafo puede sacar una copia más exacta y cuidar mejor los puntos de vista, ahora, sobre todo, cuando la fotografía de los colores tiende a volver exquisito el oficio mecánico y habilidoso de la representación gráfica de las cosas. Pero en la manera de Martínez hay algo que no conseguirá jamás la cámara oscura llevada a su mayor perfección: sobre la copia auténtica, durémoslo así, del objeto representado, el baño de poesía, de algo indefinible, personal, idiosincrático…[45]
Luis A. afirma que sus imágenes son científicas y sus descripciones históricas: “puede ser que mis ´Disparates´ sean picantes y mal intencionados. Ni quito ni pongo rey; pero advierto que los tipos y escenas son casi totalmente copiados del natural.” Sus Recuerdos del convento serían “históricos” porque su fuente fue un venerable anciano.[46] Para pintar la naturaleza inicia con el estudio de las relaciones de los viajeros -desde Studel hasta su hermano Nicolás que había fotografiado sus expediciones-. Con esta información, acompañado por dos guías, su cuaderno de apuntes y anteojos describe lo sublime de los abismos[47] en clave romántica. Su mirada de andinista le permitía acercarse más que ningún otro paisajista al frío y la altura. La representación de la naturaleza, gracias a los grandes elementos (volcanes, cumbres, barrancos, valles) y a los pequeños elementos botánicos le permite generar un documento científico con la pintura, convirtiendo a la naturaleza en cultura, y asignando a la pintura la función educativa de hacerla comprensible; así explicó que para pintar la naturaleza es necesario viajar y conocerla y esa comprensión debe ser bellísima[48].
El mérito de un cuadro de paisaje consiste en la fiel y exacta reproducción de la naturaleza pero con su misma alma… pues para un espíritu superficial solamente y desprovisto de instrucción de lo bello, la pintura de un país está desprovista de ese no sé qué inexplicable que es ciertamente producto del genio[49].
En una carta, Luis A. dice que su mejor obra es: La inmensidad del páramo, porque allí vio la dilatación serrana del “alma parámica, remota y árida, parece extenderse con esa anchura del océano (…) Además de la psicología del páramo, desolado y sombrío”[50], describe El pico oriental de Casaguala, con las rocas en su helada humedad; la felicidad producida por La paz de los campos, donde, dice lograr un excepcional claroscuro, ya que tiene “un aire tranquilo y diáfano”[51]. Las cumbres nevadas protagonizan: “Esos paisajes altos en los cuales el hombre siente una timidez en la cabeza y el soroche sangra por la nariz”[52].
Lejos de la soledad romántica, en su pintura había formas de sociabilidad: “Tan poco sabía de pintura decorativa, que allí donde era preciso poner una cabaña, o un pastor indígena vagando entre arbustos, tenía que valerse del pincel de un artista amigo”[53]. Elementos casi inexistentes en sus paisajes que son especialmente naturaleza, seguramente porque las acuarelas costumbristas eran consideradas menores. En su lenguaje paisajístico hay referencias del pintor alpinista Rudolf Reschreiter, quien viajó junto al científico Hans Meyer a Ecuador en 1903 y publicó su trabajo en 1907 y una copia del mismo guardó Luis A.[54] y con quien seguramente compartió en La Liria.
En las letras, su interés por lo típico aparece en su viaje al río Babahoyo, cuya pintura se basó en una fotografía de su hermano Augusto. Allí escribió La sierra y la costa, con representaciones costumbristas publicadas en El nuevo régimen, después redactó Disparates y Caricaturas[55] con similar temática y divulgación. De esta forma, la prensa fue un camino de la literatura, seguramente ante la imposibilidad de hacer libros y a la amplia comunidad lectora de folletines. Recordemos que sus catecismos agrícolas también se publicaron así para brindar información útil y educativa al lector moderno que admira la tecnología como una vía para el progreso.
Su mirada sobre lo típico se volvió positivista cuando como Fray Colás escribió en la Revista de Quito, dirigida por Manuel J. Calle. Con tono satírico y crítico describió la vida intelectual y política del país. En las sobremesas del hotel Charpentier, ambos resolvían la publicación que “inició el realismo literario”[56]. Así, gracias a la prensa, Luis A. se convirtió en escritor, en autor de crónicas reconocidas como artes literarias. Se declara partidario del realismo de Zolá, Daudet y Tolstoi; y “su creencia en la verdad del arte de la pintura para el cual reclamara el modelo de nuestras cordilleras y llanuras”.[57] Todo esto, cuando la figura del intelectual, literato y periodista era común.
Luego, administró El ingenio azucarero Valdés (1902-1903), donde acumuló vivencias que serían plasmadas en A la Costa Costumbres ecuatorianas (1904), única novela realista nacional escrita gracias a su esposa y prima, la actriz teatral Rosario Mera[58], quien le apoyó en su carrera literaria y en sus estudios científicos[59], como manda la Escuela Doméstica (1880) de Juan León Mera[60]. Allí, la mujer debía tener conocimientos e inclinaciones encerrados en el círculo doméstico[61], ser ilustrada, no vulgar para que “la cultura y delicadeza de su trato y sean útiles a la familia por su conocimiento más profundo”[62]. Estas incoherencias entre ideas liberales y prácticas conservadoras fueron parte de su lugar social.
A la costa, denuncia el regionalismo de su época. Calle, prologó la primera edición y anotó que relata los vicios sociales, con el fraile y la beata de por medio, porque Martínez “ha sido observador y; habiendo observado muchas miserias, ha sabido revelarlas con franqueza”.[63] En esos años, Alfredo Espinosa Tamayo afirmaba que un problema importante del Ecuador es el regionalismo, porque afecta las relaciones económicas, políticas y sociales entre Sierra y Costa[64]. Esa novela dialogaba con los temas propuestos por la sociología y la psicología, entonces nuevas, como se evidencia en el siguiente fragmento:
…Salvador cumplía con el penoso empleo de mayordomo, tenía absoluta necesidad de vivir gran parte del día al aire libre, sufriendo aguaceros torrenciales y pasando con el agua a la cintura con hinchados esteros que serpenteaban por todas partes. El administrador se complacía en encargarle los trabajos más penosos, cuando no llenos de peligros…
-Este serrano boqui-rubio me carga, solía decir con frecuencia. Yo no sé para qué lo ha mandado acá Don Velásquez. El día menos pensado le saco de las orejas…
Y el serrano sufría en silencio esas groserías, pero acumulaba día a día en su corazón un mundo de odio y un océano de despecho…[65]
Años después de su muerte, su concuñado, José Gabriel Navarro, publicó que su pintura es moderna porque es novedosa y evidencia la personalidad del artista, fruto del ingenio y estudio de los viejos rincones de la naturaleza ecuatorial, que reproduce en sus obras[66]:
Fue un gran paisajista porque no dejó jamás turbar su fe estética por influencias contrarias a la pureza del arte. Jamás su arte sufrió la tiranía de las doctrinas exclusivistas, ni fue esclavo del paisajismo comercial: sino la afirmación de la libertad del artista, en presencia de las bellezas de la naturaleza americana. Su arte no es clásico ni romántico; pero reúne a su realismo todas las cualidades experimentales, sentimentales e intelectuales de estas dos maneras de interpretar la naturaleza…[67]
Luis A. indagó un régimen de verdad sobre lo real. Sus discursos, proyectos y prácticas hicieron que Agustín Cueva lo defina como el “eslabón de un naturalismo que jamás existió (entre nosotros) y un realismo burgués que tampoco prosperó, es un valioso testimonio de la visión del mundo de los liberales progresistas”,[68] posible gracias a su lugar y a las formas de sociabilidad y asociación que acompañaron su trabajo. Los conservadores de A la Costa, según Cueva, piensan como liberales, cuestionan la educación distanciada de las nuevas condiciones de vida, la injusticia, la desigualdad y la corrupción del clero. Los liberales, en cambio, conservan la sociedad. Su lucha no es ideológica, sino productiva, los conservadores poseen la tierra de forma tradicional y los liberales como empresarios. Los latifundistas son descritos como clase media y modelo de virtud; así cuando Salvador viola a Consuelo para conseguirla como esposa sin dilataciones, ella acepta por su “hermoso sentido práctico de la vida”. Luego, Salvador, pasa de la decadencia a la vanguardia de la transformación social.[69] Así, la comunidad que Martínez imagina es práctica, de acción progresista, no utópica.
En conclusión, sus ideas sobre el paisaje como documento científico, así como su forma de pintar, acompañado de estudios científicos, notas y bocetos elaborados como andinista le otorgan al arte una función útil a la sociedad: la educación; el paisaje serviría para conocer el territorio y su legado en la formación de una república práctica y de una comunidad imaginada. Esta idea dista del ideal romántico del arte por el arte, y dialoga con el positivismo social. Sus paisajes no son una evasión romántica, sino “lugares de memoria”[70] científica cuya representación contribuye a la construcción de una comunidad imaginada, donde la imagen articula pasado (memoria científica, memoria histórica), presente (experiencia directa) y futuro (civilización deseada).
Su escritura crea un régimen de visión sobre el regionalismo, una problemática que no fue mirada por el romanticismo idealizador, y genera una ventana sobre la modernización progresista y liberal ecuatoriana, con sus nuevos valores empresariales y su visión sobre lo social. Su vinculación a la prensa escrita, sus asociaciones y sociabilidad con pensadores liberales de la sociedad civil como Calle, lo condujeron a la crónica, que constituyó una forma novedosa de informar, reflexionar y evidenciar la realidad nacional. En esa medida, su proyecto resulta ser moderno y contribuye a conformar una comunidad imaginaria letrada. A la vez, las prácticas lectoras que en una sociedad mayoritariamente analfabeta pudieron tener sus textos contribuyeron a formar una comunidad imaginaria oral alrededor de su visión de progreso y modernidad. Esto sumado a su accionar en la vida pública, y a su visión de porvenir con sus proyectos extractivos de la naturaleza, viales, educativos y comerciales lo sitúan en el paso de la comunidad del capitalismo católico a la comunidad de la república práctica.
NOTA:
[1] Luis A. Martínez, “In memoriam Sr. D. Luis A. Martínez, fallecido en Ambato el 27 del presente mes. Rasgo autobiográfico”, en La ilustración ecuatoriana, 1909, p. 273.
[2] Manuel J. Calle, “Luis A. Martínez”, Biografías y semblanzas, Quito, Imprenta Nacional, 1921; Augusto Arias, Luis A. Martínez, Quito, Imprenta del Ministerio de Gobierno, 1937; Rodrigo Pachano Lalama, El pintor de la soledad, Ediciones, Biblioteca ambateña, colección remanso, Ambato, Ecuador, 1948; Raquel Verdesoto, Biografías escolares de Eloy Alfaro y Luis a. Martínez, Ministerio de educación del Ecuador, Quito, Ecuador, 1951.
[3] Carlos Altamirano, Historia de los intelectuales en América Latina, Buenos Aires, Katz conocimiento, 2008, p. 9-10.
[4] Antonio Gramsci, Cartas de la cárcel, 1926-1937, Puebla, Ediciones Era, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Fondazione Istituto Gramsci, 2003. Para él todos los hombres son intelectuales; pero no todos ejercen esa función en la sociedad.
[5] Benedict Anderson, Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, USA, Fondo de Cultura Económica, 1993. El término comunidades imaginadas hace referencia a la construcción social de un imaginario colectivo que dota de sentido al nacionalismo. Este imaginario se estructura a través de la prensa (difusión del capitalismo impreso, opinión pública), el mapa (territorio) y el museo (herencia cultural).
[6] Michel de Certeau, “La Operación Historiográfica”, La escritura de la Historia, México, Universidad Iberoamericana, 1993.
[7] Gobernador de Tungurahua, Supervisor de obras viales entre sierra y costa, Presidente de la Sociedad Conservadora de Tungurahua, Magistrado de la Corte Suprema y empresario en la industria cerámica y maderera.
[8] Tamara Estupiñán, Una familia republicana: Los Martínez Holguín, Quito, Museos del Banco Central del Ecuador, 1988, p. 27.
[9] Por ejemplo: Augusto tiene más de noventa publicaciones sobre ciencia, Nicolás Guillermo veinte y siete, sin tomar en cuenta los artículos de prensa, Anacarsis catorce y su hermana Cornelia una. Sus publicaciones fueron sobre botánica, meteorología, astronomía, fotografía, literatura, canto, pintura y andinismo.
[10] Tamara Estupiñán, Una familia republicana: Los Martínez Holguín…, p. 54
[11] Fernando Jurado Noboa, Juan León Mera Iturralde, Quito, Banco Central del Ecuador, 2006, p. 25. Esas tertulias eran desde 1879 academias al estilo francés. Nicolás Martínez y Juan León Mera querían dar una formación muy especial a sus descendencias. Las hijas hacían música y cada hijo, desde niño debía leer un cuento o poema de su autoría que allí mismo era criticado.
[12] Juan Maiguashca, “El proceso de integración nacional en el Ecuador: el rol del poder central, 1830-1895. Historia y Región en el Ecuador 1830-1930, Quito, Corporación editora nacional, 1994, p. 383.
[13] Eduardo Kingman, “El largo siglo XIX, contexto histórico general”, La ciudad y los otros, Quito, 1860-1940, Quito, Flacso, 2006, p. 76-77.
[14] Fernando Jurado Noboa, Juan León Mera Iturralde…, p. 56. García Moreno, Vicente Piedrahita, el Hermano Miguel, los liberales del 95 y los líderes del placismo también se alojaron allí y casi todos los presidentes comieron allí alguna vez.
[15] Juan León Mera, Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana desde su época más remota hasta nuestros días, Guayaquil, Ariel, s/f.
[16] Juan León Mera, Conceptos sobre las artes, 1884. Define la función civilizatoria de las bellas artes por su espiritualidad y autonomía, sus relaciones con Europa y su deseo de institucionalizarlas para modernizar al arte.
[17] Juan León Mera, Cantares del pueblo ecuatoriano, Guayaquil, Ariel, s/f.
[18] Luis A. Martínez, “In memoriam…, p. 273.
[19] Luis A. Martínez, “El venido de Europa. Antaño y Ogaño”, Disparates y caricaturas, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 1961, p. 99-101.
[20] Manuel J. Calle, El Telégrafo, Guayaquil, 17 de febrero de 1918.
[21] Manuel J. Calle, “Luis A. Martínez”…, p. 230.
[22] Manuel J. Calle, “Luis A. Martínez”…, p. 229.
[23] Manuel J. Calle, “Luis A. Martínez”…, p. 230.
[24] Fernando Jurado Noboa, Juan León Mera Iturralde…, p. 165.
[25] En Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p. 34.
[26] Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p. 53.
[27] Luis A. Martínez, Catecismo de la agricultura, Imprenta Nacional, 1905.
[28] Carta inédita en Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p. 55.
[29] Luis A. Martínez, “De mis memorias. De cómo me hice revolucionario, Disparates y caricaturas, Ambato, Imprenta y litografía de Salvador Porras, 1902, p. 69-72. “Para ser un revolucionario hay que vestirse como tal. El traje debe estar en relación con las caras feroces y patibularias que es indispensable adoptar en el oficio…”
[30] Luis A. Martínez, Fray Colás, Disparates, Ambato, Imprenta y litografía de Salvador R. Porras, 1903, p. 69-71.
[31] Tamara Estupiñán, Una familia republicana: Los Martínez Holguín…, p. 80. La batalla se dio “en los límites de la quinta de La Liria. Fue allí donde combatió el batallón No. 4, dirigido por el comandante José Álvarez, al mando de 300 soldados. La batalla duró más de tres horas, y entre sus contrincantes se encontraban, nada menos que Luis Alfredo y Nicolás Guillermo Martínez Holguín”.
[32] José María Vargas, “La Historia de la Cultura ecuatoriana”, en Tamara Estupiñán, Una familia republicana: Los Martínez Holguín…, p 80.
[33] Fue Ministro de Instrucción Pública, Diputado por Tungurahua, Gobernador de Tungurahua. En estos cargos fue un gran reformador educativo, promovió los textos oficiales, incluida su novela, “A la costa” y la propaganda patria en los mismos. Impulsó el tratado Valverde para cerrar el problema limítrofe con Perú. Fundó la Escuela de Ciencias. Luchó por que con la ley de patronato el Estado se ocupe de los cementerios. Favoreció la importación sin aranceles de maquinaria agrícola, Instaló en Ambato la Primera Estación Meteorológica que dependía del Observatorio Astronómico de Quito. Intentó, infructuosamente, construir un ferrocarril desde Ambato hacia la Amazonia. Autorizó que la biblioteca de Juan León Mera pase a formar parte del Colegio Bolívar. Ideó el Instituto Normal de Agricultura en Ambato, inaugurado en 1913, así como una central eléctrica que dependa del río Ambato.
[34] Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p. 117
[35] Luis A. Martínez, Camino al Oriente, Ambato, Imprenta comercial de Salvador Porras, 1903, p, 3-11.
[36] Luis A. Martínez, en Club Tungurahua, Historia de un sueño, p. 5.
[37] Luis A. Martínez, “Conferencia dada por el señor Don Luis A. Martínez a la Sociedad Jurídico-Literaria, el 8 de diciembre de 1904”, en Rodolfo Agoglia, ed., Pensamiento romántico ecuatoriano, Quito, Banco Central del Ecuador, Corporación Editora Nacional, 1988, p. 412.
[38] Luis A. Martínez, “Conferencia dada por el señor Don Luis A. Martínez a la Sociedad… p. 413-417.
[39]Luis A. Martínez, “Conferencia dada por el señor Don Luis A. Martínez a la Sociedad… p. 417.
[40] Fernando Jurado Noboa, Luis A. Martínez…, p. 175-176.
[41] Tamara Estupiñán, Una familia republicana: Los Martínez Holguín…, p. 98
[42] Manuel J. Calle, “Luis A. Martínez”, Biografías y semblanzas…, p. 256.
[43] Ana Rodríguez y Christian León, Realismos Radicales, Quito, Banco Central del Ecuador, 2008, p. 16-17.
[44] Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p. 161.
[45] Manuel J. Calle, “Luis A. Martínez”, Biografías y semblanzas…, p. 232-233.
[46] Luis A. Martínez, Los escritos de Fray Colás, Quito, Casa de la Cultura ecuatoriana, 1961, p. 8.
[47] Luis A. Martínez, “Asención a la cima del Tungurahua” Los escritos de Fray Colás, Quito, Casa de la Cultura ecuatoriana, 1961 (febrero 6 de 1900), p. 161-175.
[48] Luis A. Martínez, “La pintura de paisaje en el Ecuador”, Revista Quito, N. 12, 1898, p. 398.
[49] Ibíd.
[50] Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p. 156.
[51] Carta de Luis A. Martínez, 1909 en Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p 156.
[52] Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p. 154.
[53] Manuel J. Calle, “Luis A. Martínez”, Biografías y semblanzas…, p. 232.
[54] Fernando Jurado Noboa, Luis A. Martínez…, p. 229.
[55] Manuel J. Calle, “Luis A. Martínez”, Biografías y semblanzas…, p. 239-240.
[56] Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p.13.
[57] Augusto Arias, Luis A. Martínez…, p. 123.
[58] Fernando Jurado Noboa, Juan León Mera Iturralde…, p. 61. En 1884 la Liria se convirtió en un circo, donde asistían las familias ambateñas a ver actuar a Rosario Mera y a Rosa Martínez.
[59] Augusto Arias, Luis A. Martínez, Quito, Imprenta del Ministerio de Gobierno, 1937, p. 41. “elegirá las plantas que se debían cultivar en Atocha, sirviendo a Martínez de colaboradora en sus estudios botánicos. De su letra estarán copiados, en limpia caligrafía, los trabajos literarios del autor”
[60] Juan León Mera, Escuela Doméstica, Quito, Imprenta del Clero, 1880, p. 8.
[61] Juan León Mera, Escuela Doméstica,…, p. 178.
[62] Juan León Mera, Escuela Doméstica,…, p. 163.
[63] Manuel J. Calle, en Luis A. Martínez, A la Costa, Quito, 30 de junio de 1904, s/e, 1904, p. 9.
[64]Alfredo Espinosa Tamayo, en Alfredo Pareja Diezcanseco, “El veredicto de Alfredo Espinosa (1970), -Precursor de la sociología ecuatoriana-, en Ensayos de Ensayos, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1981, p. 105.
[65] Luis A, Martínez, “A la Costa”, en Biblioteca ecuatoriana mínima, novelistas y narradores, La colonia y la república, Puebla, Editorial J.M. Cajiva Jr S.A., 1960, p. 292.
[66] José Gabriel Navarro, “El paisaje nacional y Luis A. Martínez”, en La ilustración ecuatoriana, 1910, p. 273.
[67] José Gabriel Navarro, “El paisaje nacional y Luis A. Martínez”,…, p. 273-274.
[68] Agustín Cueva, “Literatura y sociedad en el Ecuador 1920-1960”, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Revista Iberoamericana, 1988, p. 634.
[69] Agustín Cueva, “Lectura de A la Costa”, Lecturas y rupturas, diez ensayos sociológicos sobre la literatura del Ecuador, Quito, Planeta, Colección País de la mitad, 1986, p. 112-115.
[70] Término creado por el historiador Pierre Nora.