El presente texto constituye una aproximación inicial a la prolífica obra de Miguel Varea (Quito, 1948-2020), artista que merece ser estudiado a profundidad a través de nuevos enfoques sobre su producción visual-literaria. Fue realizado por Ana Rosa Valdez, quien desarrolló una investigación preliminar sobre su obra para elaborar el portafolio del artista en el 2017, e incluye un intercambio de ideas con Rodolfo Kronfle Chambers. Agradecemos a Dayuma Guayasamín y Martín Varea por compartir fotografías de las obras con sus respectivas fechas.
Miguel Varea: Lectura visual para todos
Por Ana Rosa Valdez
Nunca le interesó anticipar nada, llegar primero o alzarse como un referente fundamental del arte, sin embargo, sería injusto no reconocer en la actualidad que Miguel Varea es uno de los precursores más radicales del arte contemporáneo en el Ecuador. Su obra y trayectoria no negociaron el arte con la política oficial, ni con la institucionalidad que sólo pretende burocratizarlo. Tampoco se refugió en ningún margen social, estrategia que aún le sirve a quienes no se sienten debidamente “representados” por algún circuito artístico. En realidad, nunca intentó encajar en ningún lado, ni seguir las reglas —insulsas y provincianas— del mundillo del arte local. Lo expresó de manera explícita en una de sus obras: “La aprobación del público debe rehuirse ante todo” (Varea, 1975). En lugar de reclamar un lugar en ese mundo, eligió crear a punta de papel y tinta su propio universo artístico, personal, íntimo, cotidiano, autorreflexivo, en donde emprendió en silencio una permanente búsqueda de la autenticidad.
Así, de la soledad, la incomunicación y el aislamiento surgió su proyecto más ambicioso y de largo aliento que bautizó como la estétika del disimulo, un compendio de textos-dibujos realizados a manera de diarios desde inicios de los años setenta. Varea describió así el concepto de este trabajo:
Miguel Varea. Del disimulo. 29 x 21 cm. 1983.
¿Qué es la simulación, para Varea? ¿Cómo concibió la autenticidad? A lo largo de su trayectoria, el artista no buscó consolidar un estilo o una gran obra que fuese la expresión de un discurso grandilocuente sobre el arte; así, marcó distancia con el indigenismo y el realismo social, movimientos artísticos que, aunque en la década de 1920 irrumpieron con fuerza en una escena artística caracterizada por el academicismo decimonónico, para los años setenta representaban una veta más bien conservadora que se reproducía ampliamente en el país. Al contrario de estas vertientes, la práctica cotidiana de escribir-dibujar de Varea evidencia un proceso que se potencia no por la escala heroica de las imágenes, la pomposidad de los enunciados, o por algún compromiso social, sino por una puesta en valor de lo intrascendente y la ausencia de certezas.
L
un día intrascendente
igual ke el día de ayer
ke o komo será un día trascendente
los días trascendentales
pasan desapercibidos para alguien
intrascendente
komo yo
Miguel Varea, 2010. En A la luz de una esperma nuevecita, p. 63.
En este sentido, lo autenticidad para Varea no reside tanto en cómo entendemos la originalidad, unicidad y genialidad en el arte moderno, sino en un sentido filosófico de lo que es real e inaccesible. La simulación sería, entonces, una sutil aproximación a lo auténtico que reside entre el mundo interior y exterior, lo emocional y racional, lo íntimo y lo público. En ese umbral Varea exploró cotidiana y silenciosamente a través de sus dibujos la autenticidad del arte; de esta forma concibió su estétika del disimulo.
Así como producía obras a diario, de la misma forma las deshacía. “Yo tengo entre mis manías romper el trabajo, no sólo lo que escribo, sino lo que dibujo, todo. Vivo permanentemente en los caminos vecinales a la depresión. Cuando se presenta esta señora es difícil el asunto” (Varea 2017, 28‘ 30”). A diferencia de los artistas que destrozaron sus propias obras como un cuestionamiento a los procesos de validación en el mundo del arte, Varea eludió la consecuente legitimación que les llegó con el tiempo a esos gestos destructivos, pues él rompía su trabajo no como el acto ejemplar de una conciencia crítica, sino como un ritual cotidiano, intrascendente, muy ligado a sus experiencias emocionales.
La centralidad del texto, la noción de obra procesual y, hasta cierto punto, efímera, que encontramos en La estétika del disimulo son rasgos que nos llevan a pensar en un arte protoconceptual muy peculiar, que se desplegó en la vereda del frente del así llamado conceptualismo latinoamericano en la versión de Luis Camnitzer. La estética de la liberación que propone el artista uruguayo ha encontrado múltiples resonancias en el continente, al punto de irradiar un sentido político en prácticas artísticas que, en su momento, no se lo plantearon. Sería incorrecto atribuirle a Varea esta noción de conceptualismo, ya que La estétika del disimulo constituye, más bien, una apuesta política de la exploración interior.
Recientemente, intercambiamos con Rodolfo Kronfle vía chat algunas ideas sobre este tema, comentando el siguiente texto de Varea:
Miguel Varea, 1983. En La estétika del disimulo
RK: Buenísimo, eso es tremendo como obra. Es poesía pero es también una suerte de arte conceptual sin teoría, sin cálculo.
ARV: Si, ¿verdad? Casi como una instrucción.
RK: Son los pensamientos de él no queriendo ser obra. Pensar en voz alta pero dándole forma a través del texto-dibujo.
ARV: Cuando hice su portafolio en el 2017 vi a Varea como un precursor del conceptualismo. Pero no recuerdo si utilicé finalmente esa idea porque no lo tenía claro. Es que el conceptualismo en América Latina ha sido muy politizado. Varea es todo lo contrario. Quizás es una bisagra entre el expresionismo moderno, la poesía y un arte protoconceptual.
RK: No creo que él se haya visto como arte conceptual tampoco y es difícil pensarlo en la tradición conceptual pero el empleo que hace a ratos del texto permite proyectarlo de esa forma; claro que su obra preciosista en dibujo lo desdice en ese sentido pero aquello en lugar de yo verlo como una contradicción en su práctica lo sitúa como algo más complejo: una tercera vía en el arte … algo tan especial que merece otro paradigma como rasero.
Miguel Varea, 1977. En La estétika del disimulo.
ARV: Muchos de los artistas que ahora son llamados conceptualistas no se pensaron así. Según Camnitzer, su impronta es la postura política, el compromiso social, la crítica al mainstream del arte occidental…
RK: Ese es el talante del conceptualismo latinoamericano, politizado radicalmente…. pero tanto en Europa como en EEUU hay otras prácticas más introspectas que sintonizarían mejor con lo de Miguel… y eso que sin ser activista tenía una postura siempre crítica frente al poder y la esfera pública (sus protocolos, relaciones, etc).
Es curioso sin embargo que muchos de los halagos post mortem ponderen aquel preciosismo de una parte de su trabajo (extraordinario sin duda) por encima de toda aquella obra cotidiana de pensamientos y apuntes cuyo acabado no intenta ser tan logrado y que pareciera tener una dignidad estética inferior. Aquellos trabajos a mí me parecen mucho más importantes, potentes y decidores como proyecto de vida, y también como cuerpo de obra que resume un abordaje al pensamiento-como-arte que es único y genuino.
ARV: Mira:
Miguel Varea, 1978. En La estétika del disimulo.
RK: Crítica institucional pura !!!!!
ARV: Mira esta gran frase: La aprobación del público debe rehuirse ante todo.
Miguel Varea, 1975. En La estétika del disimulo.
RK: Siempre como dejando sentado máximas o sentencias que tienen que ver en última instancia con la honestidad … ese es un leit motif en su obra… la alusión e invocación de la honestidad o el señalamiento de corrupción en diversos ámbitos…. Pero se ve que tenía una obsesión en ser auténtico y transparente en su trabajo, sin efectos premeditados.
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Miguel Varea. Kritiko de derecha y Kritiko de izquierda (1979). Aguafuerte, 60 x 50 cm.
Portada de la primera edición de la Revista Diners
Miguel Varea. Kurador de izquierda y Kurador de derecha (2005). Tinta sobre cartulina. 150 x 100 cm.
Miguel Varea. Kritiko de izquierda, krítiko de derecha (2003). Óleo. 120 x 70 cm.
La hipocresía, la demagogia política, el clientelismo, los compadrazgos, el arribismo, el tráfico de influencias, la postura intelectualoide, los juegos de poder y los egocentrismos del mundo del arte y el mundo de la política fueron objeto de una reiterada crítica en la obra de Varea, quien vio siempre con sospecha, de lejitos, los entramados del poder en cualquiera de sus manifestaciones.
Aunque su obra se expuso en varias instituciones y galerías locales, como la sede principal de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el Centro Cultural Metropolitano, el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), la Galería Artes, la Fundación Guayasamín, el Centro Cultural de la PUCE, el Museo Luis A. Noboa Naranjo, la Fundación Guayasamín, la Alianza Francesa, entre otras, el artista nunca cedió a la tentación de la oficialidad o a la presión de “lo que sí se vende”. Sin el goce pleno de su libertad creativa no habría logrado desarrollar su noción de autenticidad de la manera más radical posible: entregándose a ella diariamente. Por ello cuestionó siempre la restricción de las libertades individuales, los abusos de poder, la represión policial y militar, y la tan arraigada cultura de la corrupción que pervive en el tuétano de la sociedad ecuatoriana.
(Varea, 1983. En La estétika del disimulo)
(Varea, 1978. En La estétika del disimulo)
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Cuando tenía su taller en la casa de sus padres, en la calle General Aguirre, “era muy amigo de un inefable individuo que era el señor Montaguano, que hacía marcos, unos marcos increíbles… El vio las acuarelas taurinas, yo ya hacía óleos, todo, y me dijo que para hacerse el artista primero había que aprender a dibujar, entonces desde ahí me quedé yo en el dibujo. Me encantó la tinta china, la pluma y en eso me quedé” (Varea 2017, 5′ 52”). Si bien a lo largo de su carrera Varea experimentó con distintos lenguajes y recursos plásticos —grabado, pintura, diseño, artes aplicadas, fotografía— es el dibujo, en su espontaneidad e inmediatez, el medio que mejor manifiesta su propuesta artística. Desde los cientos de diarios que conforman La estétika del disimulo, hasta las tramas más finas de La estétika de la desaparición, la personalidad de la línea es elocuente.
Miguel Varea. Firma (1986)
Pero no sólo encontramos a Varea allí, sino también en los trazos más instintivos que plasmó en servilletas, recibos, facturas, sobres con identidad corporativa, hojitas de notas… Una selección de estos pequeños trozos de papel son cuidadosamente conservados en el archivo del artista que fue creado por Dayuma Guayasamín, su compañera de vida desde la adolescencia, quien se ha dedicado a recopilar, cuidar y ordenar las miles de obras de Varea. Este repositorio de obras y memorias, ubicado en el Kuarto Piso del Ispade, es tan técnico como afectivo. Sorprende encontrar en los cajones hasta los soportes más humildes de su trabajo.
(Varea, 1990. En La estétika del disimulo)
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Miguel Varea. Silencio (1972). Tinta china sobre papel. 23 x 17 cm.
“Sucede algunas veces que al promediar la noche el más completo silencio del universo me despierta”. Esta frase constituye el fragmento inicial del Salmo de la Reintegración de O.W. de Lubicz Milosz. Varea la escribió-dibujó en la página de un diario, como solía hacer con fragmentos de textos que no eran de su autoría pero que tenían alguna importancia para él. Se apropiaba de ellos estéticamente; los interiorizaba a través del trazo, una caligrafía deliberadamente imperfecta en la que conjugaba lo literario y lo visual. Este ejercicio es un juego intertextual que curiosamente Varea resalta con las comillas que usualmente se emplean para las citas; sin embargo, no refiere las fuentes ni menciona autorías, quizás porque se trata de un ejercicio casi contemplativo y muy personal, en donde, el espectador sólo es un intruso que husmea en la intimidad ajena.
La Mariscal, 16 de mayo de 2020
(A un mes del fallecimiento de Miguel Varea)
Miguel Varea. Autorretrato (1972). Tinta sobre cartulina. 100 x 70 cm
Miguel Varea. Mariguanero le grita a mamá (1974)
Miguel Varea. Lea señora lea (1975)
Miguel Varea. Reunión (1975)
Miguel Varea. La hora de las visitas (1977)
Miguel Varea. Yo como Durero (1977)
Miguel Varea. Yo como Reina de Quito (1978)
Miguel Varea. Estétika de Plotino (1982). Serigrafía. 70 x 100 cm.
Miguel Varea. Tuko de chancho (1983). Tinta sobre cartulina. 100 x 70 cm
Miguel Varea. A Mikaela se le kae la kara de vergüenza (1983). Tinta. 75 x 50 cm.
Miguel Varea. Rostro (1989). Tinta china sobre papel. 65 x 45 cm.
Miguel Varea. Yo komo Lennon (1989). Tinta sobre cartulina. 60 x 45 cm.
Miguel Varea. Krepúskulo de la desaparición III (1996). Tinta. 150 x 120 cm.
Miguel Varea. Krepúskulo de la desaparición IV (1996). Tinta. 80 x 55 cm.
Miguel Varea. Krepúskulo de la desaparición VII (1996). Tinta. 150 x 120 cm.
Miguel Varea. Fardo (1997). Tinta sobre cartulina, 150 x 120 cm.
Miguel Varea. El virus ke me persigue (2000). Acrílico. 3 x 5 m.
Miguel Varea. Ekobeatas de la Revolución (2006). Óleo. 120 x 120.
Miguel Varea. Zafarrancho (2013). Acrílico. 2,45 x 8 m.
Para conocer más sobre la obra de Miguel Varea, visitar su sitio web: https://miguelvarea.com/