El pasado 14 de junio en la galería No Lugar de Quito se presentó el libro El yo repetido: dibujos [1990-2017] del artista Patricio Palomeque (Cuenca, 1962). La publicación incluye una selección de obra gráfica articulada en torno a tres ejes “curatoriales”: Circo, El yo repetido y Pieles. Cada itinerario se encuentra acompañado por los textos del poeta cuencano Galo Torres, el escritor y crítico de arte cuencano Cristóbal Zapata y el poeta portovelense Roy Sigüenza, quienes dan sentido a la abundante producción de dibujos que el artista ha realizado durante estos años a manera de páginas de un diario íntimo. El evento contó con la participación del director de la galería Francisco Suárez, el escritor Andrés Villalba Becdach (Tush), y la crítica de arte Ana Rosa Valdez.
Agradecemos a Cristóbal Zapata, editor del libro, por compartir en Paralaje su ensayo “Un bosque de cuerpos”, que corresponde al segmento “El yo repetido”. También publicamos el texto de Valdez “Las múltiples versiones de Patricio Palomeque: el dibujo como frontera”, que fue leído en No Lugar, así como un breve registro de las obras que aparecen en la publicación.
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UN BOSQUE DE CUERPOS
Por Cristóbal Zapata
L’homme y passé à travers des forêts de symboles
Qui l’observent avec des regards familiers.
BAUDELAIRE
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1.
Patricio Palomeque empieza su vida donde termina la de Gauguin o Stevenson, en los exuberantes paraísos marinos y tropicales.
En la Esmeraldas de los años sesenta y de mediados de los setenta donde transcurre la mayor parte de su infancia y adolescencia, el futuro artista tiene a su mano la playa, las frutas y los cuerpos. Encaramado en los árboles arranca y devora todos los mangos que puede, y en tierra persigue y da con la belleza primigenia de las mujeres nativas; toda una educación sensorial. Estos dones pasarán un día de la mano a la vista –se harán visión– para volver otra vez a la mano.
En esta rústica aldea costeña –donde se ha instalado su familia siguiendo el itinerario laboral del padre–, el muchacho contrae además el hábito de la contemplación: desde su atalaya privilegiada –una hamaca– otea todas las expresiones de la naturaleza. En esta actitud contemplativa alguna vez le sorprende un tío, quien –interpretando sagazmente el ocio precoz del sobrino– le comenta a su padre: “el Patricio nació para artista”. Esa frase se grabó en su memoria, “y casi sin saber lo que era un artista, desde ese día comenzó mi curiosidad”, nos cuenta.
Antes de convertirse en su casa, Cuenca era el paradero vacacional de la familia. El largo viaje podía durar un día entero, y estaba atravesado por el sino de la aventura, pues implicaba cruzar el río Guayas en gabarra, y luego continuar el ascenso por la cordillera rumbo a la ciudad serrana.
Hijo de padres devotos, de misa dominical, de los traslados rituales entre esos dos mundos dispares, el artista evoca el brusco contraste entre las iglesias blancas, humildes y austeras de ornamentos propias de la Costa, y los barrocos templos cuencanos, dominados por el claroscuro y los cristos ensangrentados, por el rictus amargo de los santos y los cuadros del infierno. “Estas imágenes fueron las pesadillas de mi infancia”, recuerda.
Lo cierto es que de estos pequeños episodios iniciales se pueden ya extraer algunos elementos que pivotarán su obra más tarde: la atracción por el cuerpo femenino (centro gravitacional de su obra gráfica, plástica y fotográfica), la fascinación por las travesías, las carreteras y los paisajes naturales (particularmente las extensiones vastas y despobladas), el impacto negativo de la iconografía cristiana que en un ejercicio de desquite simbólico pervertirá en una figuración lúdica o sexual.
Lomazzo, teórico del manierismo tardío, reivindicaba el disegno, es decir el dibujo, como la emanación de un disegno interior, un designio que imprimiera sobre la materia la cifra de una “luz divina” (segno di Dio in noi). Diríase que en el mundo frugal y frutal de Esmeraldas Patricio Palomeque encuentra la luz profana de su arte. Quizá todo lo que haga despúes no sea sino remover esas imágenes primordiales.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Circo”. Rotulador, tinta sobre papel. 1992.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Circo”. Rotulador, tinta sobre papel. 1993.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Circo”. Rotulador, tinta sobre papel. 1993.
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2.
En sus dibujos, la dislexia natural de Palomeque se traduce en una especie de disgrafia, donde la línea, como la palabra, se quiebran, se bifurcan y ramifican performáticamente, improvisando su sentido y representación.
Como en la pintura de Jean-Michel Basquiat –uno de sus modelos artísticos y de sus tempranos héroes culturales– sus dibujos exhiben la caligrafía rápida y tosca del grafiti, están atravesados por un poderoso frenesí (“frénesi” diría Patricio, en su lengua particular), un delirio furioso y gozoso dictado por los movimientos más profundos de su cuerpo, de su corazón delator.
Irremediablemente distraído –en la doble acepción del término– su dislexia está asociada a su incapacidad de atención. Palomeque dibuja porque puede desatenderse y desentenderse del entorno; cuanto más practica una escucha distendida del mundo; entre su conciencia y la realidad interpone la imaginación, la fabulación, la divagación. Cuantas veces –y en vano– los amigos le amonestamos por dejarnos con la palabra en la boca mientras él llevaba de viaje a su mano. “Sentir es estar distraído” dice el Alberto Caeiro pessoano; este verso quizá resuma su forma de pasar el tiempo, de cohabitar el instante.
Todo lo que tiene a su alcance puede convertirse en soporte de sus dibujos: hojas de cuadernos, páginas de libros, servilletas, sobres, paredes, y (¡cómo no!) las pieles. Cuanto encuentra a la mano, los medios más diversos, le sirven para configurar sus visiones: esferos, lápices, acuarelas, tintos y tintas, el té y el vino. Y no son menos variadas las técnicas que despliega: el collage, el frottage, la transparencia o el transfer. Para este maniático artista, el mundo es una infinita superficie de inscripción; esos grafos y grifos dispersos, esas manchas en expansión son las huellas de su erranza sin fin, su autobiografía cifrada, simbolizada, secreta.
Ya el gran artista y grabador alemán Max Klinger consideraba el dibujo como un medio particularmente adecuado para describir el terreno de la fantasía. En la tradición de Fuseli, Blake, Klossowski o del mismo Klinger, las figuras de Palomeque son visiones interiores, elaboraciones fantásticas de la realidad, de allí la apariencia tantas veces onírica, surrealista de su empresa figurativa; sus personajes y situaciones –como las de todo artista visionario– nos resultan al mismo tiempo familiares y extraños, en ellos nos reconocemos nosotros y –a través de nuestras pulsiones, deseos y temores recónditos– adivinamos a los otros. En Palomeque el yo es siempre una entidad plural, proliferante, delirante; disuelta la identidad celebra el simulacro y la multiplicidad.
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Patricio Palomeque. Dibujos del segmento “El yo repetido”. Rotulador, tinta sobre impresión. 2002.
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Patricio Palomeque. Dibujos del segmento “El yo repetido”. Rotulador, tinta sobre impresión. 2002.
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Patricio Palomeque. Dibujos del segmento “El yo repetido”. Acrílico, roturador sobre cartón. 2016.
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La procedencia de su repertorio expresivo hay que buscarla en las más diversas fuentes: esas siluetas angulosas y espigadas –tan características de su iconografía– recuerdan los cuerpos hieráticos y esquematizados que decoran las ánforas griegas, o el “gesto petrificado” (Catherine Grenier dixit) de las figuras de Klossowski, como su zoología fantástica –particularmente sus perros de aspecto infernal, verdaderos cancerberos vigilando las puertas del Hades, azuzando a sus presas– no pueden disimular su deuda con los alebrijes mexicanos –país donde tuvo una breve e intensa estadía–; del mismo modo que las coronas y las aureolas erizadas de espinas que suelen cercar a sus personajes (simbolizando la onda expansiva de su pasión) parecen tomadas de Basquiat. Pero sus dibujos como su pintura también están salpicados de elementos de la religión y la liturgia cristianas: instrumentos eucarísticos (copones, cálices), indumentaria eclesiástica (bonetes, casullas), arcángeles, ángeles caídos y exterminadores cuyo linaje habría que buscarlo en la imaginería colonial. No obstante, entre todas sus fuentes de provisión icónica, talvez sea la pornografía su cantera más pródiga.
Muchas veces, sus dibujos nos ponen ante un tópico central en la ideología barroca, la metáfora del theatrum mundi, que cobra particular vigor en el Barroco español donde el auge del espectáculo reavivó la comparación entre la vida y la representación, y el universo asomaba como un gran escenario de acciones y figuras teatrales. En la tragicomedia palomequeana con frecuencia el acto único –o cuando menos central– es el acto sexual. Pero, como nos recuerda Ramón Esparza, la visión del mundo como theatrum mundi implica dos ideas: “la exigencia de un ojo adiestrado, o de especial sensibilidad, capaz de destacar lo extraordinario en una cotidianeidad normalmente plana”, y “la introducción de un orden visual, social, de significados, en el caos de lo mundano”. Requisitos que el artista –como veremos– cumple a cabalidad.
Procaces y salaces, desembozados y desvergonzados, sus actantes escapan del tedio y el encierro cotidianos, del absurdo de la existencia a través de los más descarados juegos eróticos. Sobre la página el artista explora poses y posturas de inspiración pornográfica, somete el cuerpo a una exigente gimnasia corporal, a toda suerte de malabarismos sexuales. Sus protagonistas son los oficiantes de una misa profana (de allí su parafernalia religiosa), pues acaso los ejercicios sexuales no sean sino el revés de los ejercicios espirituales; la máscara, el disfraz que adopta el espíritu para manifestarse a través de la carne.
Todo artista verdadero “rehace el cuerpo humano” decía Maurice Reynal, el gran propagador del cubismo. En estos cuerpos muchas veces laxos, y tantas otras crispados –exhibiendo la lasitud que sucede al trajín erótico, o la crispación que inaugura el deseo–, no es difícil descubrir una singular estructura anatómica, una anatomía estrechamente ligada a la botánica, pues si miramos con un poco de atención, veremos que el cuerpo en Palomeque nos remite a la imagen del árbol: esas pieles sistemáticamente rayadas ¿no nos recuerdan las cortezas arbóreas, sus troncos leñosos?, y ¿esos miembros que se duplican y multiplican perversamente no nos hacen pensar en sus ramas y raíces? Erectas o taladas, sin perder jamás su condición animal, estas anatomías han sido concebidas tal si fueran tallos o columnas vegetales. Así, en este artista la figura humana asoma como la derivación de un símbolo fundacional, el del Árbol Cósmico, ese pilar sagrado que según ciertas religiones y mitologías se halla en medio del universo, y cuyas raíces se hunden en los Infiernos, mientras sus ramas tocan el Cielo. Árbol cósmico y cómico, el cuerpo en Palomeque se erige en el Centro del Mundo haciendo posible la comunicación entre tierra, cielo e infierno, esas ineludibles estaciones del amor y el deseo.
Qué es esta excitante colección de dibujos sino un bosque de cuerpos en llamas, un bosque de símbolos que –como en el poema de Baudelaire– “nos observan con familiar mirada”.
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Cristóbal Zapata
Cuenca, abril 2007-febrero 2017.
Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Lápiez de color sobre papel. 1991.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Tinta, témpera sobre papel. 1993.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Tinta sobre papel. 1994.
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LAS MÚLTIPLES VERSIONES DE PATRICIO PALOMEQUE: EL DIBUJO COMO FRONTERA
Texto leído en el evento de No Lugar
Por Ana Rosa Valdez
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Agradezco a Patricio por ponerme en aprietos. La crítica no es otra cosa que habitar el conflicto, darle sentido, abrazarlo profundamente. Cuando el artista me obsequió su libro “El yo repetido”, y me solicitó unas palabras para este evento, algo que ocurrió ya hace varios meses, en realidad lo que estaba haciendo era proponerme un desafío. Porque yo no había pensado, con la amplitud que su obra requiere, su propuesta como artista. Había visto varias obras, obviamente; había leído los textos críticos que abordan su trabajo desde hace varios años; incluso, me había encantado con una obra suya de los años noventa, llamada “Siempre te diré que sí”, que incluí en una arriesgada selección de piezas artísticas para un artículo que publiqué en Cartón Piedra, titulado “Si pudiera empezar mi propia colección de arte contemporáneo…”. Pero lo que se dice “pensar”, no lo había hecho sino hasta ahora. Es así, que cuando me dediqué a entender la lógica que articula, y la sensibilidad que se despliega en las páginas de este libro, no sentí otra cosa que vértigo. Pero el vértigo es lo mejor que me pudo pasar, porque me condujo violentamente a una reflexión creativa.
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“El yo repetido” de Palomeque nos muestra al artista mirándose a sí mismo frente a un espejo que se ha caído y roto en miles de pedazos. La imagen que se refleja no es distinta a la del quiebre identitario que irrumpe en la subjetividad contemporánea, y que se manifiesta con fuerza en el arte desde la década de los ochentas, cuando el artista comenzó a elaborar sus primeros trazos. En los cientos de dibujos que conforman este libro, que han surgido como páginas de un diario vital en el que se registran las memorias sensoriales, las reflexiones existenciales y varias anécdotas del autor, aparece una mitología propia que organiza una serie de acontecimientos disímiles, como los que se dan en el transcurso de la vida. Las obras no nos cuentan hechos sino sus interpretaciones más subjetivas, por esto no resulta evidente lo que realmente le pasa por la cabeza al artista, sino que debemos inferir, desde nuestra propia experiencia, cuál es el sentido narrativo de las obras.
Desde mi lectura, observo una insistencia en el desdoblamiento de sí mismo, una búsqueda constante por la autorrepresentación casi esquizofrénica de las múltiples versiones de sí mismo. En este impulso se percibe una reflexión sobre el cambio de naturaleza que atravesamos constantemente, y que contradice cualquier definición identitaria que se nos imponga desde afuera. También puedo ver un énfasis en la vida festiva, los actos lúdicos, el carnaval que desorganiza y que nos lleva a reorganizar nuestros deseos; la vida amorosa, apasionada y sexual que nos lleva a unirnos a los otros, a las otras, y que se siente, a ratos, como algo placentero, mientras que en otras ocasiones nos abruma terriblemente. La sombra también protagoniza los dibujos de Palomeque, sobre todo la sombra de sí mismo, que expresa el temor al caos que acecha desde el inconsciente.
Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Acrílico sobre papel. 2016
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En esta presentación quiero centrarme en el último de los recorridos del libro, que lleva un título más seductor que sugerente, más poético que denotativo. Se llama “Pieles”, pero bien podría llamarse: “A la sombra de Eros y Dioniso” “En las derivas del deseo”, “Los cuerpos, los amores y las sombras”; o también: “Se formó la gozadera!”, “El por qué del tire” o “A tirar a tirar que el mundo se va a acabar!”, como nos exhorta en su obra la artista guayaquileña Gabriela Chérrez. Qué otra cosa podría decirse si a lo que asistimos en esta sección es a un coge-culo maravilloso, inquietante, festivo. El término “Pieles” se muestra insuficiente para hacernos una idea de este despliege excesivo de cuerpos que se contorsionan para dar lugar al placer libidinal:
Un personaje femenino succiona las mamas de una hembra canina, mientras un hombre (que quizás es Patricio, no lo sé) le soba el miembro en la cadera con voraz dedicación. Otro hombre, que también puede ser Patricio, o cualquier otra persona, incluso yo misma o ustedes público asistente, lame el ano o la vulva (es difícil de saber por la posición) de una mujer que se tapa el rostro, al tiempo que descubre una erección ampulosa. En otra escena, múltiples figuras copulan bajo una solitaria bombilla que no escapa a la escena orgiástica.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Tinta, acuarela sobre cartulina. 1994
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Tinta sobre papel, 1994.
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En las páginas siguientes otro personaje femenino orina fuera de una tina en donde nada un pequeño patito, de esos de hule con los que jugábamos de niñas; ella, que parece exhibirse en un desnudo frontal, lapidario, puede lanzarnos hacia otra idea, una que describe Rufo Caballero, crítico de arte cubano muy dado a disfrutar y analizar la sexualidad en el arte, cuando interpreta una pintura del Cuty. Dice Rufo:
A menudo pensamos que la mezcla de ciertos fluidos —la sangre, la orina, el semen— puede o debe ser escatológica. Me resisto. ¿Por qué? Escatológica es la guerra, la impudicia de ciertos países, el inescrúpulo del poder, escatológica es la mentira. ¿Quién puede defender, y argumentar con seriedad, que una mujer orinando es una imagen escatológica? Una mujer orinando es una belleza, un acto prodigioso de la humanidad, de sensualidad, de erotismo, de transparencia… Por algo a las mujeres no les gusta demasiado que las vean orinando: son conscientes de que se trata de una ceremonia sagrada, hermosa, culturalmente potente.
El personaje de Palomeque parece afirmarse ritualmente en este placer corporal de tal manera que, al verla, al ver sobre todo su expresión en el rostro, podríamos sentirnos intimidados por ese chorro que emerge de su orificio uretral.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Tinta sobre papel. 1995
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Es interesante que alguien como Cristóbal Zapata, escritor y curador de arte cuencano, y, además, amigo muy cercano de Patricio, sostenga que es la pornografía “la cantera más pródiga” de las iconografías que aparecen, resemantizadas, en la obra gráfica de Palomeque. Respecto a eso me gustaría sugerir que los dibujos de Palomeque no son para nada pornográficos. La pornografía no sólo son las imágenes que vemos cuando estamos cachondas, o cuando queremos coger con provocaciones visuales suplementarias, además de eso, es, sobre todo, una industria que comercia con cuerpos y subjetividades, que lucra a partir de representaciones estereotipadas del cuerpo femenino. La obra de Patricio recorre una vía distinta. En primer lugar, porque no reproduce una desigualdad genérica en la representación. En uno de los dibujos (de la página 218), vemos por ejemplo, que el tema principal es la contraposición entre una expresión que fluye visceral desde las bocas de los personajes, y la autocensura a la que ellos se someten por la palabra medida, la palabra correcta. Los protagonistas de esta obra son un hombre y una mujer, quizás son una pareja, y se encuentran sujetos a los dilemas de la comunicación. En el dibujo de la página 200, vemos a una pareja que sostiene, con dos cadenas, a un perro de dos cabezas, una suerte de cancerbero del deseo, siempre contradictorio, que nos une a los otros. Con estas descripciones quiero decir que estos dibujos nos interpelan desde las derivas de un deseo erótico que busca, de algún modo, poner orden, gestionar, dar sentido al caos primigenio que se encuentra antes de cualquier definición identitaria, sea ésta social, cultural, de género o política.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Tinta sobre cartulina. 1997
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Tinta sobre papel. 1995.
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A diferencia de la imagen pornográfica, que pretende reducir la realidad a su evidencia más extática, uniforme y homogénea , y banalizar, de este modo, lo indescifrable que hay en la sexualidad humana, los dibujos de Palomeque develan lo real, es decir, aquello a lo que no podemos acceder plenamente sino sólo a través de la imaginación.
El artista nos sugiere un recorte particular de sus propias historias sentimentales, pero no nos echa todo el cuento… No, no. Sólo nos permite ver, y de lejos, la puerta de ese mundo que de tan fantástico se nos muestra creíble.
Hoy en la tarde le pregunté a Patricio por qué hay tantas mujeres desnudas en su obra. Me dijo que tenía una respuesta, pero que no era del todo convincente: Su contestación se remontó a los tiempos de su formación artística en Brasil, en donde fue modelo de las clases de arte; allí a veces tenía que compartir espacio con otras modelos, y no siempre esta cercanía fue grata. Patricio confesó que esa experiencia marcó el devenir de sus imágenes. Pero yo no me dejo guiar por esa respuesta, sino, más bien, por algo que le escuché decir antes: para él, la representación de lo erótico proviene de una ausencia.
Los personajes femeninos de Palomeque son principalmente desnudos, sí, pero también se esconden en su desnudez, es decir, son mujeres que no sólo se disponen para ser exhibidas, para que nuestros ojos las consuman, erradicando la posibilidad de lo incierto, sino que también sugieren una desnudez más enigmática, como la del dibujo de la página 227, en donde el artista encripta, con códigos simbólicos muy personales, la narración de un acontecimiento privado, complejo, al parecer un conflicto. Las autorrepresentaciones masculinas también pueden interpretarse en esta clave, entre el desnudo y la desnudez, entre lo explícito y el misterio, entre el ocultamiento y el develamiento.
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Rotulador, collage sobre papel. 2003
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Patricio Palomeque. Dibujo del segmento “Pieles”. Rotulador sobre papel, 2014
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En este sentido, el título de “Pieles” adquiere un sentido justo, al nombrar un territorio fronterizo y explorable sólo en la medida en que reconocemos su ambigüedad. La piel es el órgano más grande que tenemos, su función es recubrir nuestra frágil anatomía, pero también es un umbral desde donde percibimos al mundo, desde donde accedemos al mundo, a los otros y otras, dejándonos penetrar por sus fragilidades.
Para concluir, sólo quiero acotar que el “El yo repetido” es un libro que se disfruta en un tiempo pausado. Más que entender la poética de su autor, hay que dejarse llevar por ella, escuchar al diablo que se encuentra en los detalles, y trata de dar sentido no tanto a lo que vemos, sino a aquello que nos produce. Gracias .
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Ana Rosa Valdez
Texto leído el 14 de junio de 2018 en la galería No Lugar, barrio La Tola (Quito)
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EL YO REPETIDO DE PATRICIO PALOMEQUE
CIRCO
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EL YO REPETIDO
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PIELES
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Fotografías de las obras: Cortesía de Patricio Palomeque
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