Por Isabel Mena
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En conmemoración a los veinte años de la despenalización de la homosexualidad y de los quince años del festival de cine LGBTI “El lugar sin límites”, el Museo Universitario MUCE ha sumado esfuerzos con distintos colectivos y activismos para presentar la curaduría “TransInDisciplinar: pensar la universidad como el lugar sin límites”. La muestra pone en diálogo producciones de arte contemporáneo que han sido parte de “En Carne Viva” –la exposición anual ligada al festival de cine–, propuestas artísticas actuales, prácticas de colectivos que jugaron un papel fundamental en la lucha contra la despenalización y las acciones de grupos activistas donde militan profesores y estudiantes de la UCE en contra de la heteronormatividad, del machismo y de la violencia de género dentro y fuera de las aulas universitarias. Como investigadora y curadora del MUCE, me parece fundamental reflexionar acerca de la pertinencia que tiene realizar una muestra de temática LGBTI en el Museo Universitario de la UCE, a un año de haber abierto las puertas de este espacio, concebido como una zona de contacto entre distintas disciplinas, prácticas, artes y saberes, y como forjador de una memoria universitaria inclusiva y emancipadora. Estamos convencidos de que pensar a la universidad a la luz de las críticas, demandas y propuestas del universo LGBTI, contribuye a construir una comunidad universitaria más cuestionadora, empática y comprometida con el cambio social.
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Vista general de la exposición “TransIndisciplinar” en el Museo Universitario de la Universidad Central del Ecuador (MUCE)
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Es importante comenzar analizando el lugar desde el cual se ha enunciado históricamente la UCE y cuál ha sido su posición frente a las demandas de los sujetos subalternos en general, y frente a aquellas planteadas por las minorías sexogenéricas en particular. La emblemática Plaza de Indoamérica ofrece algunas pistas clave sobre la relación de la UCE con los grupos mencionados. Construida a principios de los años sesenta, la plaza reúne varios bustos que representan a héroes de la resistencia indígena de distintos lugares del continente. Estas esculturas simbolizan la potencialidad que tiene América Latina, una región periférica de la cultura occidental, para deconstruir y reescribir una historia que ha sido narrada desde la visión privilegiada y excluyente de los centros de poder. Cuando se construyeron, la simbología de los bustos se remitía evidentemente a un imaginario ligado a la ideología de la Izquierda de la época que, desde la categoría de clase social, planteaba la resistencia a modelos políticos, económicos y culturales que consideraba injustos e imperialistas. No obstante, puesto que el significado del símbolo no es fijo, sino que está sujeto a una fluctuación constante, las figuras de los guerreros indígenas adquieren otros sentidos a partir de las nuevas luchas de la sociedad civil y del estudiantado. Así, por ejemplo, podría ser posible asociar estos bustos con las demandas por un reconocimiento de la diversidad étnica y de los saberes culturales ancestrales. Mucho más difícil y forzado resultaría, en cambio, que la simbología de la plaza logre dar cabida a demandas hechas a partir de la categoría de género, no solo porque el busto de Ana Caona es la una única representación femenina entre veinte representaciones masculinas, sino también porque la capacidad de resistir, en este caso, está asociada a guerreros que encarnan un ideal heteronormativo de masculinidad. Si bien a lo largo de la historia, la UCE se ha asumido como productora de un pensamiento crítico comprometido con el cambio social, y ha defendido su autonomía de poderes económicos y políticos coyunturales, en materia de reivindicaciones de género, su nombre no ha sonado todavía en el tiempo y en el espacio.
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Boris Torres. En mi dormitorio. Tinta sobre papel. 46 x 61 cm. 2016.
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Boris Torres. Charlie. Marcador y lápiz sobre papel. 23 x 31 cm. 2016
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Boris Torres. RB. Marcador sobre papel. 23 x 31 cm. 2014
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Boris Torres. 1968. Tinta sobre papel. 46 x 61 cm. 2016
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La Plaza de Indoamérica le hace el juego a una concepción simbólica que no solo se niega a poner en cuestionamiento representaciones históricas heteronormativas, sino que utiliza una interpretación sesgada del pasado prehispánico para activamente alentar y sostener una ideología patriarcal y colonialista con respecto a la identidad de género. El antropólogo Hugo Benavides ha analizado cómo ciertos pueblos indígenas prehispánicos, como los Huancavilcas, se han incorporado al relato nacional en su calidad de “feroces guerreros que resistieron y rechazaron la inicial conquista Inca luchando hasta el amargo fin contra los conquistadores españoles” (Benavides, 147), mientras que aquellos vestigios que dan fe de un pasado homosexual prehispánico –estatuillas homoeróticas y crónicas de viajeros– han sido completamente ignorados por quienes han escrito la historia. No se trata aquí de mirar al pasado prehispánico de la región como una panacea de apertura sexual ni mucho menos, sino de cuestionar el hecho de que hayan sido pasadas por alto sistemáticamente aquellas huellas que dan cuenta de que, para muchas culturas ancestrales de la zona andina, la homosexualidad estaba lejos de ser el “crimen” o “pecado” que representa para la sociedad judeocristiana. A la universidad le corresponde revisar y cuestionar los símbolos de esta historia mal contada. No por nada, en su estatuto actual, se reconoce como heredera de la Reforma Universitaria de Córdoba de 1918[1], y de las luchas sociales contra toda forma de dominación y colonialismo.
De igual manera, consideramos que es fundamental reflexionar acerca del papel que ha jugado la academia a nivel mundial y local a la hora de legitimar discursos de verdad excluyentes y normalizadores. No podemos olvidar que las epistemes avaladas por las ciencias de la salud y la psicología instituyeron un orden positivista y esencialista de las identidades sexogenéricas, discursos que no han sido totalmente deconstruidos. De hecho, en la misma resolución constitucional mediante la cual el Tribunal Constitucional del Ecuador argumentó la despenalización de la homosexualidad en 1997, se utilizan términos como desviación, disfunción, conducta anormal y desadaptación. Si bien las y los activistas GLBT ganaron un importante combate en 1997, otras batallas se continúan librando en los campos del saber y de la cultura –ámbitos sobre los cuales la universidad tiene responsabilidad directa–. Por otro lado, creemos que una universidad que ha enriquecido su perspectiva y su lugar de enunciación gracias a su estrecha relación con la protesta social, sabrá beneficiarse también de los cuestionamientos y reivindicaciones de quienes han sido marginados por su condición sexogenérica.
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Felipe H. Racines. Serie Orgullo: la pasión del caos. Fotografía, 2017.
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Las identidades LGBTI siguen siendo identidades “problematizadas” que requieren constante explicación (Benavides, 146). No obstante, es precisamente su problematización, su descentramiento, su marginalidad, la que les da la facultad y la oportunidad de cuestionar las prácticas de instituciones como la familia, el Estado, la Iglesia, la escuela, la universidad, etc., que han naturalizado sus parámetros heteronormativos y excluyentes hasta el punto de aceptarlos como objetivos y neutrales. “La gente que imagina que la historia los favorece (y lo hace, desde luego, porque ellos la escribieron) está pegada a su historia como una mariposa al alfiler y se han vuelto incapaces de verse o de cambiarse a sí mismos o al mundo” (Baldwin en Benavides, 158). La negociación de una identidad verdaderamente incluyente y emancipadora implica deconstruir estereotipos hegemónicos que limitan nuestra capacidad de comprender y aprender del otro. Para ello, es imprescindible que escuchemos los cuestionamientos de los sujetos tradicionalmente silenciados por la historia oficial, pues, como reconoció el célebre activista norteamericano James Baldwin, “es probable que solo una criatura despreciada por la historia encuentre a la historia como un asunto cuestionable” (Ìdem).
No queremos pensar, habitar, ni ser parte de una institución que le siga el juego a discursos limitantes y excluyentes, por lo que abogamos por una universidad capaz de reconocerse como “el lugar sin límites”, es decir, como aquel lugar en el que todo discurso puede ser enunciado y también cuestionado. Para el filósofo francés Jaques Derrida, la universidad es idealmente un lugar sin condición: “se le debería reconocer en principio, además de lo que se denomina la libertad académica, una libertad de cuestionamiento y de proposición, e incluso, más aún si cabe, el derecho de decir públicamente todo lo que exigen una investigación, un saber y un pensamiento de la verdad” (Derrida 60). Este horizonte de la verdad no tiene un límite fijo, sino que es un terreno en el que la imaginación, la creatividad, la experimentación, la investigación y las demandas sociales luchan por conquistar espacios, reescribir historias y producir alternativas a la normatividad y la narrativa hegemónica. Solo si la universidad se atreve a cuestionar su propio lugar de enunciación y a abrir sus puertas a las historias disidentes, a las expresiones artísticas contemporáneas y a las subjetividades subalternas puede convertirse verdaderamente en un “lugar sin límites”. Bien dijo en su tiempo Alfredo Pérez Guerrero que “el pensamiento libre es un peligro (…) para quienes pretenden un mundo inmóvil”. Este célebre rector de la UCE, en los años cincuenta, concibió a la universidad como el lugar de la libertad de pensamiento y de la multiplicidad de voces, y aseguró que nada podría cambiar sus pilares fundamentales: “el principio de autonomía, el principio de la libertad, el principio de la solidaridad con el pueblo ecuatoriano, el principio de la fe en la juventud” (Pérez Guerrero, 58). Es poco probable que este académico socialista haya podido imaginar siquiera un proceso emancipador de temática LGBTI en el campus universitario. No obstante, el compromiso con los principios mencionados implica no solo aceptar, sino profesar q ue las reivindicaciones contenidas en estos principios están sujetas al cambio. Tener fe en la juventud es tener esperanza en un cambio positivo capaz de trascender nuestra propia concepción de lo que significa tal cambio. Comprometernos con una posición crítica abierta al cambio implica entender que nuestras propias nociones de autonomía, solidaridad, libertad, e incluso los símbolos a partir de los cuales enunciamos nuestras emancipaciones, serán cuestionados y transformados en el futuro. Esto está relacionado con lo que los teóricos de la educación Fernando Bárcena y Joan-Calres Mèlich llaman pedagogía de la radical novedad.–
Una pedagogía de la radical novedad es, una pedagogía que no puede eludir pensar lo que pretende –la educación– sino como una acción narrada y capaz de seguir narrándose, atenta pues a lo ya “dicho, pero sobre todo responsable de lo que aún queda por “decir”: el radical comienzo del que cada sujeto, como nacido, puede ser protagonista (93, 94).
Una educación crítica “se vuelve hacia el pasado para alterar el presente en función de él, o altera el sentido que se tenía del pasado en función del presente. Una educación atenta a lo que queda por decir imagina alternativas, idea otras formas de ser, de actuar, de movernos en el mundo” (99), plantea no solo una resistencia a todo lo establecido, sino también maneras de “reexistencia” (PachaQueer [2]) de quienes han quedado fuera de las narrativas oficiales. Para Derrida, “el acto de profesar” aquella práctica que tienen los profesores comprometidos “es un acto de habla y como el acontecimiento que es o produce no depende sino de esa promesa de la lengua”, tiene una inquietante proximidad con la fábula, la fabulación y la ficción. Al igual que el cine y el arte contemporáneo, la universidad se adscribe el derecho a derribar fronteras, a la experimentación y a la ficción, a decir todo, y a hacerlo públicamente. “TransInDisciplinar” nos convoca a imaginar la universidad como un lugar sin límites.
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Notas
[1] Se conoce por Reforma Universitaria de Córdoba al movimiento estudiantil que se inició en la Universidad Nacional de Córdoba de Argentina en 1918. Entre sus principios se encuentran la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión universitaria, la periodicidad de las cátedras y los concursos de oposición -demandas que se extendieron a las demás universidades del país y de América Latina-.
[2] PachaQueer se define como una colectiva transdisciplinaria, contracultural, transfeminista, disidente, cuyera, rebelde, autogestivx y autofestivx de performance y política, abortada en mayo de 2013 en la conservadora ciudad de Quito, Ecuador. “TransInDisciplinar” incluye dos obras de sus integrantes La CoCa y La MoTA.
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Bibliografía
Bárcena, Fernando y Joan Charles Mèlich. La educación como acontecimiento ético. Barcelona: Paidós, 2000.
Benavides, Hugo. “La representación del pasado sexual de Guayaquil: historizando los enchaquirados”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales, no. 24. Quito: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), 2006.
Derrida, Jaques. La Universidad sin condición. Madrid: Editorial Trotta, 2002.
Guha, Ranahit. “Las voces de la historia”, en Las voces de la historia y otros estudios subalternos, Barcelona, Crítica, 2002.
Pérez Guerrero, Alfredo. La universidad ultrajada. Quito: Publitécnica, 1964.
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Raúl Chacón Carrasco. Proyecto Lilith. Fotografía. 75 x 95 cm. 2014. Colección: Giada Lusardi
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Raúl Chacón Carrasco. Sarahí Bassó. Fotografía. 75 x 86 cm. 2014. Colección: Karen Solórzano Bastidas
Raúl Chacón Carrasco. Ofelias. Fotografía. 2015.
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Fotos: Cortesía del Museo Universitario de la Universidad Central del Ecuador (MUCE)
Gracias por su trabajo! ?