Gracias a la gentil cortesía de la Revista ArtNexus publicamos el presente artículo que apareció en la Edición No. 105 (junio-agosto 2017), en la cual se incluye una visión particular sobre la XIII Bienal de Cuenca a cargo de la curadora y crítica de arte Ana Rosa Valdez.
También incluimos el catálogo digital del evento, que fue lanzado al público recientemente en el mes de diciembre del año pasado. Es la primera publicación de la bienal a la que se puede acceder de forma virtual, lo cual debería inspirar a otras instituciones culturales a hacer lo propio con sus libros, catálogos y folletos.
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Catálogo online de la XIII Bienal de Cuenca
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XIII BIENAL DE CUENCA: UNA PAUSA A LA CULTURA DEL CONSUMO
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Por Ana Rosa Valdez
Publicado originalmente en Revista ArtNexus No. 105 (junio-agosto 2017)
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Impermanencia: la mutación del arte en una sociedad materialista fue la propuesta curatorial de Dan Cameron para la XIII Bienal de Cuenca que tuvo lugar entre noviembre de 2016 y febrero del presente año. El concepto puede interpretarse como una crítica al afán de conservación de las obras artísticas, que ha colocado en un lugar central de la historia al objeto material y sus contenedores en detrimento de la experiencia y la memoria del arte. Éstas pueden ser comunes a todos los seres humanos, no sólo a los propietarios de las piezas y colecciones.
La curaduría apeló a la noción budista de “impermanencia” para reflexionar sobre el arte contemporáneo, sus temas, medios y lenguajes. Pero también propuso un modo de relacionarnos con las obras. En lugar de aferrarnos a la idea de la perdurabilidad, similar a la de las construcciones monumentales que perpetúan símbolos y sujetos de poder, la propuesta consistió en intentar fluir con la naturaleza cambiante de los fenómenos de la realidad. Acercarse al arte de esta manera permite estar en sintonía con la fragilidad del cuerpo humano y reconocer la importancia del tiempo presente. Frente a la noción conservacionista –vinculada fuertemente a la propiedad sobre las obras de arte y su especulación en el mercado global–, Cameron enfatizó la dimensión humana de las creaciones artísticas, y la posibilidad de emplearlas como herramientas para analizar el entorno y compartir con otros distintas formas de ver el mundo.
La selección de obras desplegó estas ideas en diálogo con los espacios expositivos. Las sedes estuvieron organizadas en dos circuitos: “Centro Histórico” y “Río Tomebamba”. Esta disposición quizás respondió a cuestiones logísticas, pero también permitió reconocer los relieves urbanísticos de una ciudad que deriva entre una memoria histórica con fuerte carga colonial y una relación privilegiada con la naturaleza, particularmente con sus ríos. La ciudad se desplegó como un escenario para las experiencias del arte. Las caminatas realizadas por los visitantes pueden entenderse como prácticas de apropiación de la urbe –sus texturas, huellas y relatos– en una vía distinta a la del consumo impuesto por el capital inmobiliario y los servicios.
A tono con el concepto curatorial y su crítica a la mercantilización del arte, Cristóbal Zapata, Director Ejecutivo de la Bienal, asumió la responsabilidad de eliminar los reconocimientos económicos del concurso. Desde ahora los premios son honoríficos y tienen nombres vinculados a las memorias culturales del país. Esta decisión no dejó de tener fuertes repercusiones en el medio local. Por un lado, se celebró que la referencia monetaria no sea un aspecto importante en la valorización del arte, pero otras voces opinaron en contra, argumentando que son escasas las fuentes de apoyo a las artes en la escena local.
El Jurado estuvo integrado por Guadalupe Álvarez, Gaudêncio Fidelis y Bernard Marcadé, quienes otorgaron los premios a José Carlos Martinat (Perú), Oswaldo Terreros (Ecuador) y Cao Fei (China), así como las menciones de honor para Juan Carlos León, Oscar Santillán (Ecuador), Ignasi Aballi (España) y Asli Cavusoglu (Turquía).
La representación latinoamericana contó con artistas de larga trayectoria y otros emergentes, particularmente en la representación ecuatoriana. Sus propuestas dan cuenta de los territorios del arte que, en su complejidad y diferencia, exceden las fronteras simbólicas de la Bienal. Pero antes de analizar algunos ejemplos, observemos las particularidades del territorio bienalero en la escena artística del Ecuador.
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Una bienal en proceso
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Durante tres décadas la Bienal de Cuenca ha convocado a creadores locales e internacionales para pensar el arte contemporáneo desde el Ecuador. Cada edición se ha esforzado en propiciar encuentros e intercambios con agentes culturales de la región para confrontar con miradas externas los debates suscitados al interior del país. Distintos especialistas y artistas fueron invitados[1] a colaborar en la construcción de la Bienal, pero ésta siempre atravesó dificultades. Nació sin norte, es decir, sin un horizonte de pensamiento propio, y se desarrolló durante años como un evento en lugar de consolidarse como un proyecto a largo plazo. Su historia es la historia de las instituciones culturales del país, aunque la Bienal ha corrido con mejor suerte. Desde su fundación en 1987 sus actividades no han cesado a pesar de la ausencia de políticas culturales estatales para el fomento a las artes, y de un mercado formalmente construido que promueva la participación de la empresa privada.
Pero, a pesar de estas condiciones, el aporte de la Bienal no se limita a la programación de contenidos para las muestras y eventos. El esfuerzo del equipo liderado por Cristóbal Zapata ha respondido a la necesidad de generar procesos educativos a través del arte. El período entre bienales funcionó como un trabajo preparatorio en este sentido, con la realización de exposiciones y proyectos curatoriales como los dedicadas a la presencia judía en Cuenca, a la escena lojana actual, o a repensar el papel de los cines en la memoria colectiva. “Paraísos perdidos: revisitando los cines de Cuenca” fue una propuesta de inserción pública que involucró a artistas emergentes de la ciudad. Estas iniciativas evidencian la voluntad de ampliar las líneas de acción de la Bienal, lo cual viene muy bien en una escena cultural con graves problemas estructurales.
Se espera que con la nueva Ley Orgánica de Cultura el panorama de las artes mejore, aunque son las iniciativas ciudadanas las que mejor expresan la agencia cultural emergente. Tal es el caso del proyecto “Cuarto Aparte”, organizado paralelamente a la Bienal desde el 2009. Es un espacio alternativo basado en la colaboración y la participación colectiva que aprovecha al público bienalero para activar una agenda propia que, en otro momento, no tendría igual acogida.
La realización de este evento constata que la Bienal de Cuenca no representa al arte contemporáneo que actualmente se produce en el Ecuador ni refleja de forma exhaustiva los debates que tienen lugar en sus múltiples escenas. Ningún proyecto cultural podría arrogarse hoy en día tal función política. Aunque la Bienal es el evento de arte contemporáneo que cuenta con mayor visibilidad en el país, su aporte fundamental no reside en la representación de un concepto de arte sino en la conformación de un espacio de encuentro entre diversos públicos locales e internacionales. El encuentro ocurre en torno a propuestas curatoriales, editoriales y educativas de calidad, y también juega un rol importante en la proyección de los artistas ecuatorianos en el exterior.
Una bienal es un proyecto político cultural que se sustenta en un criterio[2] sobre el arte y sus espacios, historias y memorias. Pero ¿esto tiene sentido sin un orden jurídico que garantice los derechos culturales de las personas? En esta materia, el Ecuador tiene una Constitución de avanzada que se refleja débilmente en el quehacer de sus instituciones. La Bienal de Cuenca no escapa de estos problemas, pero tiene el mérito de la constancia. Es la única institución pública en el Ecuador que promueve la circulación del arte contemporáneo de manera sistemática. Observemos la propuesta curatorial de la edición más reciente y lo que nos dice sobre el arte de nuestro tiempo.
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En los laberintos de lo político
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La historia política reciente del Ecuador fue el punto de partida para el artista Juan Carlos León. Su instalación multimedia Estrategias para encontrar el color de la democracia reflexiona sobre tres aspectos importantes de la vida política actual: el estado-nación, la democracia y el ejercicio de la ciudadanía. La propuesta estuvo conformada por tres elementos que dialogaban en un espacio expositivo. El primero es una visualización de datos que muestra los colores de todos los partidos y movimientos políticos que han representado a la función legislativa del Ecuador desde 1998 hasta la actualidad. La propuesta se planteó “encontrar el color de la democracia” mezclando los pigmentos preponderantes de cada período. El resultado: un gris verdoso que es un guiño a la mayoría de Alianza País, partido del gobierno, en la Asamblea Nacional durante los últimos años.
El segundo componente, un prototipo robótico del ala de un cóndor (en clara referencia a uno de los símbolos patrios del país), se mueve de acuerdo a los tuits que publican en sus cuentas los representantes de las funciones del Estado. El tercer componente es una visualización de datos líquida. A través de esta técnica, León elabora una crítica a la construcción de las imágenes de la nación contemporánea, y a la democracia representativa, cuyo afán de igualdad social resulta cada vez más problemático frente a la diferencia.
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Estrategias para encontrar el color de la democracia, obra del artista ecuatoriano Juan Carlos León. Mención del Jurado. Fotogafías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca.
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En una cuerda política distinta, en la sede de la Federación Obrera del Azuay, Oswaldo Terreros desplegó el Gran Encuentro Capítulo 6: Sede Social para el libre esparcimiento del Movimiento GRSB. Este “movimiento” es en realidad un proyecto artístico desarrollado durante más de siete años a partir de una lectura crítica de la propaganda política latinoamericana, el constructivismo ruso y el diseño gráfico. De acuerdo con el concepto de la Bienal, la curaduría de esta exposición planteó la necesidad de recuperar la noción del tiempo libre de la lógica capitalista del trabajo asalariado, la educación adoctrinadora y la industria del entretenimiento. La muestra incluyó obras de más de una decena de artistas locales y tuvo como pieza central Entrega del progreso al pueblo, un mural móvil que hace un guiño al legado del realismo social ecuatoriano de los años treinta, y su influencia estética en el movimiento obrero.
En estas propuestas lo político emerge como una referencia pero también como un gesto crítico frente a la realidad social y la historia. Pero para Dan Cameron, “todo el arte es político”, lo cual no debe confundirse con los contenidos o lo que se dice de las obras. Sin embargo, existen posturas que trascienden la esfera de lo artístico. Es el caso de Pablo Cardoso, quien también es un activista comprometido con la protección de los ecosistemas naturales.
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Gran Encuentro Capítulo 6: Sede social para el libre esparcimiento, proyecto del artista Oswaldo Terreros. Premio de la XIII Bienal de Cuenca. Fotografías: Ricardo Bohórquez. Tomadas de Pinterest.
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Verde verde púdrete. Obra de Romina Muñoz para la exposición colectiva de la Sede social para el libre esparcimiento, proyecto del artista Oswaldo Terreros. Premio de la XIII Bienal de Cuenca. Fotografía: Ricardo Bohórquez. Tomada de Pinterest.
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Mobiliario para la consolación. Obra de Gabriela Fabre para la exposición colectiva de la Sede social para el libre esparcimiento, proyecto del artista Oswaldo Terreros. Premio de la XIII Bienal de Cuenca. Fotografía: Ricardo Bohórquez. Tomada de Pinterest.
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Naturaleza y cultura: el arte en los bordes
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En la Bienal la naturaleza cobró protagonismo desde un interés estético puramente contemplativo hasta preocupaciones con perspectivas ecologistas. En la obra de Cardoso ambos lados se conjugan. Caudal representa cuerpos de agua que no sólo son espacios naturales, sino que constituyen territorios de la memoria cultural del Ecuador. En trabajos previos, su tránsito por la geografía ecuatoriana ha significado la conversión de “no-lugares” en “lugares antropológicos” (según las ideas de Marc Augé). En la obra expuesta en esta ocasión, los ríos y esteros adquieren sentido en los encuadres de las fotografías que dan origen a las pinturas. Éstas revelan la mirada del artista, su experiencia y un gesto que podemos relacionar con su lucha en contra de la contaminación del agua.
Chorreras, del artista colombiano Miler Lagos, consistió en un molino de agua emplazado en el más grande parque recreacional de Cuenca. Casualmente la sequía afectó el nivel de precipitaciones durante el tiempo del evento, por lo cual surgieron imprevistos. No obstante, la pieza logró su cometido. Apeló a la memoria de la ciudad de principios de siglo, cuando este artefacto –ambientalmente sustentable– era utilizado como medio de producción.
La obra del artista chileno Gianfranco Foschino, La edad de la Tierra, propuso observar el fondo marino de las Islas Galápagos, consideradas Patrimonio Natural de la Humanidad. La video-instalación mostraba planos fijos del ecosistema natural del archipiélago. El “fuera de campo” de las imágenes daba una sensación de realismo, cada pantalla parecía una nítida ventana a ese mundo. Los registros fueron realizados en alta definición por el mismo artista.
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Obras de la serie Caudal del artista ecuatoriano Pablo Cardoso. Fotogafías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca.
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Chorreras, obras del artista colombiano Miler Lagos. Fotogafías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca.
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La edad de la Tierra, obra del artista chileno Gianfranco Foschino. Fotogafías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca.
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Al encuentro de la memoria
Oratoria de José Carlos Martinat estuvo situada en el Parque Pumapungo, un sitio arqueológico que contiene vestigios de la cultura Cañari-Inca. La obra es un péndulo conformado por un megáfono y una rueda de bicicleta que gira al tiempo que reproduce conceptos sobre el pasado, el presente y el futuro procedentes de búsquedas en internet. En otros eventos, la pieza ha funcionado con referentes artísticos, pero en la Bienal aludió al tiempo y la memoria. El lugar le imprimió un sentido histórico relacionado con el pasado prehispánico del territorio que hoy ocupa la ciudad. Cuenca, al igual que otras urbes ecuatorianas, tiene una deuda con el legado de los pueblos ancestrales; bajo su superficie moderna se esconden aún mentalidades coloniales que son puestas en evidencia por las manifestaciones de la cultura contemporánea. Obras como la de Martinat evidencian estas contradicciones. El movimiento del péndulo puede observarse de acuerdo al tiempo progresivo de la modernidad occidental, pero también a través del tiempo cíclico de la racionalidad andina.
La propuesta artística de Karina Aguilera Skvirsky acude con mayor precisión al encuentro de la memoria. A manera de un corto cinematográfico, El peligroso viaje de María Rosa Palacios narra la historia de la bisabuela de la artista, quien emprendió un viaje desde el Valle del Chota (provincia de Imbabura al norte del país) hacia el puerto de Guayaquil a inicios del siglo XX. En la obra la artista “encarna” a su antepasado, mientras conversa con viejos habitantes del Chota y alrededores que le dan pistas sobre el posible periplo. Mientras sortea las dificultades de reconstruir su propia memoria, Karina camina sin descanso. La búsqueda de aquella mujer negra de su familia, que migró a un lugar extraño en búsqueda de mejores días, le lleva a transitar por lugares naturales, poblaciones urbanas y rurales, y un corto trayecto en tren que culmina con la llegada, por la vía fluvial, a la costa ecuatoriana.
Last Breath de Rafael Lozano Hemmer presentó una versión local de un proyecto previo que consiste en conservar el hálito de personajes relevantes de la cultura, como la artista cubana Omara Portuondo. El poeta ecuatoriano Efraín Jara Idrovo fue elegido para este inusual retrato. La pieza es una instalación tecnológica que mantiene el flujo del aliento entre una bolsa de papel y un respirador artificial. En ese movimiento cargado de poesía la obra nos lleva a pensar en la importancia de salvaguardar los patrimonios vivos de nuestras culturas.
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Oratoria, obra del artista peruano José Carlos Martinat. Premio de la XIII Bienal de Cuenca. Fotogafías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca.
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El peligroso viaje de María Rosa Palacios, obra de la artista ecuatoriana Karina Aguilera Skvirsky. Fotogafías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca.
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Last Breath, obra del artista mexicano de Rafael Lozano Hemmer. Fotogafías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca.
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Una perspectiva educativa en ciernes
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Antes de concluir es importante resaltar que la XIII edición de la Bienal de Cuenca contó con una curaduría pedagógica a cargo de Cristián G. Gallegos y un programa educativo previo al certamen denominado “Fuera de clase” destinado a estudiantes de arte. También se creó una línea editorial: en la colección “Los Nuestros” se publicó un libro sobre el artista ecuatoriano Eduardo Solá Franco, escrito por el curador Rodolfo Kronfle Chambers, y la colección “Nomadismos”, que se encuentra en marcha, destinada a ciertos autores y textos cruciales del pensamiento visual brasileño contemporáneo.
El enfoque educativo de la Bienal aún se encuentra en una fase de desarrollo, pero claramente es la vía para contrarrestar los parámetros culturales del consumo que intenta homologar el arte con el entretenimiento. Las bienales tienen esa función: pensar la circulación del arte como un proceso de encuentro, diálogo y aprendizaje. En Cuenca el camino ya ha sido trazado.
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Texto publicado en Revista ArtNexus No. 105 (junio-agosto 2017)
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Notas
[1] Especialistas de la escena internacional como Juan Acha, José Roca, Justo Pastor Mellado, Tamara Díaz, Jorge Villacorta, Jacopo Crivelli Gerardo Mosquera, Gustavo Buntinx, Virginia Pérez-Ratton, Santiago Olmo, entre otros, participaron en calidad de curadores o jurados, sin descuidar la intervención de actores locales como Rodolfo Kronfle Chambers, Mónica Vorbeck, Enrique Tábara, María Guadalupe Álvarez, Lenin Oña, Juan Castro y Velázquez. Hernán Rodríguez Castelo, Mauricio Bueno, entre otros.
[2] Cada vez son más los teóricos y especialistas, como Guadalupe Álvarez, que insisten en que un museo no es un conjunto de colecciones, un espacio o las infraestructuras que lo conforman, sino un criterio frente al campo de conocimiento del cual forma parte. Es una noción oportuna para valorar también una bienal de arte.
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Registros fotográficos de las actividades del Programa Educativo de la XIII Bienal de Cuenca. Fotogafías: Cortesía de la Fundación Bienal de Cuenca.
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